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CESARE PAVESE Y EL DURO OFICIO DE VIVIR


Tú eres el olivo, la mirada y la nube.

Dices un nombre y la cosa es para siempre.


¿Debemos considerar a Cesare Pavese como poeta o narrador? Lo cierto es que se inició en la literatura como poeta, pero sus mayores escritos nos llegan desde la narrativa y el ensayo. Su biografía es fundamental para comprender su actividad como escritor. Nació en San Stefano Belbo (provincia de Cuneo, Piemonte) y murió suicidándose en el Hotel Roma de Turín en 1950.


Pavese comenzó a sentir una atracción hacia el suicidio desde que, a los seis años, vio morir a su padre lenta y dolorosamente por un cáncer. Luego sufrió otra pérdida: su mejor amigo se suicidó en la adolescencia; se dijo entonces que la muerte debía ser dominada en un acto de suprema astucia: había que buscarla voluntariamente antes de que llegara, pues si no solo cabía el acatar resignado.


Y esto que siempre había pensado, lo realizó el 27 de Agosto de 1950, a sus 42 años. En el mes de julio de ese mismo año había recibido uno de los grandes premios literarios italianos: el premio Strega, y ya era considerado un escritor de culto por los italianos. Pero hacía pocos meses había perdido a la última mujer que había amado, una norteamericana, Constance Dowling. La única que lo había tomado en serio. Pero Constance lo traicionó y lo plantó también en serio.


Dicen sus amigos que fue esta seriedad la que lo mató. Sin embargo, él había escrito en su diario “No nos matamos por amor de una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, miseria, debilidad, nada”.


“El golpe bajo que te asestó lo sigues llevando en la sangre. Has hecho de todo para encajarlo, hasta lo has olvidado, pero de nada sirve escapar. ¿Sabes que estás solo? ¿Sabes que no eres nada? ¿Sabes que te deja por eso? ¿Decirlo sirve de algo? ¿Le importas algo a alguien?”


Sus últimas palabras fueron escritas en la primera página de su libro Diálogos con Leucó, el único de sus libros que consideraba que había escrito bien: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿Está bien así? No hagan muchas chismoserías”.


Nos ayudan a comprender su acto fundamental los escritos que nos han quedado de su diario, publicados de forma póstuma, El Oficio de Vivir. Este diario, Pavese lo escribió solo para sí mismo en un desesperado intento por comprender y dominar la realidad, que en su trágico devenir lo empujaba al nihilismo. Es una de sus mejores obras por los alcances metafísicos sobre el ser humano. Sus teorías existencialistas acerca de la libertad humana, el mito o la impotencia de Dios (que Pavese infiere de la filosofía de Kierkegaard) son notables en su enunciación, aunque las consideremos erróneas.


Su poema Verrá la Morte e Avrá i Tuoi Occhi (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos) nos habla de la muerte, constantemente presente en la mente del poeta, implacable e invencible como los remordimientos y los vicios absurdos, que asume los ojos de la mujer amada. Es un grito de acusación: no encuentra en los ojos de la mujer amada el empuje suficiente para sobrevivir en la realidad dolorosa de la vida sino que la misma mujer es desesperación y razón de muerte.


Verrá la morte e avrá i tuoi occhi

questa morte che ci accompagna

dal mattino alla sera, insomne,

sorda, come un vecchio rimorso

o un vizio absurdo. I tuoi occhi

saranno una vana parola,

un grido taciuto, un silenzio.

Cosí li vedi ogni mattina

quando su te sola ti pieghi

nello specchio. O cara speranza,

quel giorno sapremo anche noi

che sei la vita e sei il nulla.

Per tutti la morte ha uno sguardo.

Verrá la morte e avrá i tuoi occhi.

Sará come smettere un vizio,

come vedere nello specchio

riemergere un viso morto,

come ascoltare un labbro chiuso.

Scenderemo nel gorgo muti.


La primera mujer que Pavese amó de verdad fue aquella que llamó “la donna della voce rauca”, (la mujer de la voz ronca). Antes había tenido algunas aventuras consideradas por él insignificantes. Sus amigos cuentan que ella le dijo una vez: “Sigue haciendo versos escritos, Cesare, porque en la cama no sabes hacerlo”.


Todas las mujeres amadas por él fueron siempre de una acentuada personalidad y algo crueles, tal como su severa madre.


La donna della voce rauca era militante comunista en peligrosos tiempos fascistas (1935); dio la dirección de Pavese para recibir material de propaganda. El escritor fue arrestado por este motivo, pero no la denunció y esto le costó ser sentenciado a tres años de confinamiento al otro extremo del país, en Brancaleone Calabro, muy lejos de sus queridas montañas del Piemonte. El año anterior, sus amigos Carlo Levi y Leone Ginzburg, habían sufrido igual suerte.


En Brancaleone comienza a escribir su diario en el que recuerda a “la donna della voce rauca”, inflamado de pasión. Condonada su pena, después de un año, vuelve a Turín esperanzado de verla, pero se encuentra con que ella se había casado.


Desde ese momento se vistió siempre de negro. Se encerró en su casa y se aisló del mundo circundante, su incomunicación poco a poco se hizo cada vez mayor.


Los años del 1936 al 1938 parecen ser los más siniestros, en su diario hay constantes reflexiones sobre el suicidio; las meditaciones sobre sí mismo son siempre muy duras y desesperanzadoras. En el 1936 había publicado el libro de poemas Trabajar cansa, respecto al cual escribe en su diario: “Has hojeado tu libro y te ha desalentado: composición amplia, carencia de todo momento intenso que justificaría la poesía. Las famosas imágenes que serían la propia estructura fantástica del relato no las has visto. ¿Valía la pena gastar en eso de los 24 a los 30 años? En tu lugar, yo me avergonzaría”.


Sin embargo, la crítica alaba la novedad de esa poesía, la cual construye sin musicalidad en los versos, uso frecuente de esa época, un “racconto” que se hace intérprete de las exigencias éticas del ambiente en que vive.


En el 1938 es contratado por Giulio Einaudi como redactor jefe de su editorial, que llegaría a ser una de las más grandes de Italia. También participa allí Giaume Pintor, gran poeta de la Resistencia italiana, que fallece en la consecución de su ideal en el 1941.


Otro de sus amigos, Leone Ginzburg, casado con Natalia Levi, muere torturado por los alemanes. Pavese habla de barbarie y se inscribe finalmente en el partido comunista. Mientras, continúa escribiendo rabiosamente narrativa y ensayos. Entre los años 1939 y 1949 nacen: Notte di Festa, Nel Carcere, Paesi Tuoi, La bella Estate, Dialoghi con Leucó, Feria D’Agosto, Diavolo sulle Colline, Tra Donne Sole, IlCompagno. En ellos expresa la angustia y la soledad del hombre, impedido de una auténtica comunicación humana en una ciudad deshumanizada y de lacerantes contradicciones. Los campos, las colinas de su tierra, aparecen como liberadores de la intensa angustia y dolor de vivir. No importan los distintos hechos que ocurren en los libros, son todas imágenes simbólicas de una situación existencial.


“La obra que se logra hacer, es siempre otra cosa. Se avanza de otra cosa en otra cosa, y el yo profundo sigue siempre intacto; si aparece cansado, es solo la fatiga que lo sacude y confunde como un agua que se enturbia, pero después torna ambiguo a entreverse su fondo uniforme. No hay manera de sacarlo a la superficie; la superficie es siempre un mero juego vano de reflejos de otras cosas.


>>Cada uno tiene un abismo y basta con que palpite dentro la tensión extrema de que es capaz la conciencia: relatar querrá decir luchar durante toda una vida contra la resistencia de ese misterio.


En toda su técnica narrativa Pavese tiene un objetivo, el de reducir a claridad el inconsciente, lo indistinto e irracional que se deja translucir en el fondo de nuestra experiencia usando los recuerdos para reconstituirse como persona.


Según Pavese, en las experiencias de la primera infancia se produjo la elección instintiva de ciertas figuraciones, de ciertos encuentros con las cosas que separaron esa experiencia de todas las demás. Esta fue la primera vez.


Luego el objeto o la experiencia se precisaron y se hicieron nuestros a través de una imagen, de una palabra o un sonido que la determinaron y le dieron un nombre.


Esa primera vez inconsciente e indeterminada, es la que nos hace conmovernos ante una realidad y revivir el asombro original ante las cosas.


Cuando se ha dado un nombre a esta experiencia y se la ha comparado con otra producida en otro ámbito, por ejemplo con una fábula o con la experiencia de otros seres, esta adquiere una imagen y se hace símbolo, clave de nuestro mito interior. Por esto, no hay manera de remontarse a los orígenes y descubrir los instantes que resumen y dan nacimiento a nuestra forma de ser. Pero a través de estos símbolos míticos el artista puede captar la atmósfera que rodeaba al ser durante estas primeras experiencias, y describiendo los instantes en que se produce puede encontrar la existencia de esa primera vez, del mito.


Lo difícil no es volver al pasado sino detenerse en él, ponerse en el estado instintivo, en esa huella que influye toda nuestra realidad íntima. Y para reencontrar ese estado, más que recordar es necesario excavar en la realidad actual, desnudar la propia esencia. Si hemos visto con claridad nuestro fondo, no podemos no haber tocado también aquello que fuimos cuando niños.


“Llamamos mítico a ese estado auroral y mitos a las distintas imágenes que relampaguean, siempre las mismas para cada uno de nosotros, en el fondo de la conciencia”.


Estos diálogos entre lo mágico y lo instintivo, son para Pavese la verdadera forma de la vida, su realidad misma.


En la última de sus novelas, La Luna e i faló (La luna y las hogueras), escrita poco antes de su muerte, el autor recorre simbólicamente las etapas ondulantes de su camino para llegar a conclusiones de sufrida desolación. La dedicatoria es muy decidora de su estado de ánimo: “Para C. La madurez lo es todo”.


En el libro, el protagonista dice (pág. 84): “Entonces yo no entendía qué podía significar eso de crecer; pensaba que crecer sólo consistía en hacer cosas difíciles, como comprar una yunta de bueyes, tasar la uva, manejar la trilladora. No sabía que crecer quiere decir marcharse, envejecer, ver morir…” El protagonista Anguilla vuelve de América a su pueblo, quiere librarse de un cansancio de vivir que lo agobia. Piensa que eso sucederá al redescubrir su pasado, reencontrar los santuarios sagrados que había forjado al abrigo de la naturaleza, reviviendo el pálpito de la primera vez. Pero todas sus expectativas son vanas, no puede revivir los sentimientos de felicidad de su infancia. Todo ha cambiado y perdido el sabor. Nunca se puede regresar de verdad. Finalmente decide volver a América.


Aquí, la soledad es vista como el componente esencial de la madurez humana y el final del libro es la confesión de una derrota definitiva. Tal como la derrota de su propia vida que jamás logró vencer la soledad y su autodestrucción.



Escrito por:

Annamaria-Barbera-Laguzzi

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