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SUEÑO


Es extraño despertar así, tan sobresaltada; como si mi cuerpo hubiese sufrido un accidente traumático y llevara muchos días con sus noches en un sueño profundo, similar al coma. Pero estoy despierta, o eso creo. Mis recuerdos intentan contextualizarme y a mi mente llegan poco a poco las imágenes que constituyen un cuadro explicativo sobre lo que hago aquí. Me encuentro tendida boca arriba sobre la arena… está amaneciendo. Las olas se oyen en un rugir sereno que parece murmurarme o advertirme que me levante pronto, que comienzan a agitarse y amenazan con mojarme… ¿Mojarme? nunca me ha molestado hacerlo, es más; mi vida está aquí, en el mar y sus aguas cristalinas, en su espuma envolvente y el olor de la sal traspasando mis sentidos. Definitivamente, amo vivir.


Camino por la playa con una admiración única, jamás había sopesado lo que significa estar aquí, en el silencio calmo de la mañana.


Acostumbrada a mi soledad y a las voces únicamente de mis conocidos y familiares, me sobresalta oír que otros pasos se posan también sobre la arena húmeda. Me volteo y encuentro a un joven pálido, de ojos claros que me miran sorprendidos. Se detiene, veo que se sonroja ante mi mirada intrigada e insistente.


—Estás…


Como por instinto, mis manos recorren la parte superior de mi cuerpo para descubrir que nada lo cubre; estoy desnuda. Acostumbro a caminar así por la orilla del mar, en este espacio deshabitado de la costa donde suelo venir para despejar mi mente algunas veces, creo que a eso vengo... El muchacho, tímidamente se quita su remera blanca y me la acerca. Su mano extendida hacia mí, le otorga un aire infantil que me es gracioso, y tomo lo que me ofrece. Me cubro con la prenda, que me llega debajo de los muslos y se pega a mi piel humedecida.


Caminamos en silencio. Las nubes comienzan a cubrir el cielo dejando pequeños espacios azules, y el sol se aprecia más claro que de costumbre. Las olas murmuran mensajes que solo yo comprendo y me parece que mi existencia en este mundo se encuentra fuera de lugar, algo me desconcierta.


—¿No te asusta andar sola a estas horas en que está tan solitario este lugar?


—No. No tengo de qué asustarme. —Busco en mi mente algo que pueda significar una amenaza, pero tengo todo tan revuelto en la cabeza…


—Pero… si un hombre malvado, digo… ¿qué hubiera pasado si otra persona te hubiese visto, alguien… con malas intenciones?


—Hubiese vuelto con mi familia.


—¿Y dónde están ellos?


El joven mira hacia el lado opuesto del mar para buscar el camino al pueblo, pero está bastante alejado, indistinguible desde donde estamos.


—No te preocupes, yo sé cuidarme sola… pero tú, ¿qué haces tú aquí?


—¿Yo? Es extraño… tuve un sueño muy intranquilo que me desveló gran parte de la noche. Cuando comenzó a salir el sol, decidí salir a recorrer el litoral y… no lo sé, quise llegar a algún lugar en donde nadie me molestara.


—¿Te es molesta mi presencia?


—No…


Mi cabello húmedo se mueve con la brisa que nos envuelve y siento algo de frío. Me acerco a mi compañero para tomarle la mano e invitarlo a seguirme. Caminamos así un rato, callados. Mi corazón acompasado me dice que mi existencia es perfecta, que no necesito más. Me detengo para verlo, él acaricia uno de los mechones carmesí que caen cerca de mi rostro.


—¿De dónde saliste?


De súbito, su pregunta me descoloca, ¿qué estoy haciendo este lugar? ¿A qué vine? La paz que me embriaga es tanta, que no quiero romper el hechizo. La quietud me parece tan ansiada y valiosa que guardo silencio. Desvío mis ojos hacia el agua.


—¿Te ha molestado mi pregunta?


—No.


—¿Entonces?


—No lo sé, no quiero pensar en nada, de pronto, se siente tan bien estar viva… —No puedo evitar sonreír, y me siento sobre la arena que comienza a entibiarse por los rayos del sol que de a poco se han ido intensificando.


—No pensemos entonces. —Sonríe también.


Mis dedos dibujan círculos en el suelo cálido. Mi acompañante sin nombre toma mi mano y la contempla. La lleva hasta sus labios y besa cada uno de mis dedos.


—Me haces cosquillas…


Lleva luego la palma de mi mano hasta su pecho. Puedo sentir su corazón, que late al mismo ritmo que el mío.


—¿Por qué estás aquí?


—Dijiste que no íbamos a hablar.


—Cierto, perdón por eso.


Sus labios se acercan a mi rostro y deposita un beso tierno en mi mejilla. No digo nada.


El calor de su aliento me es muy agradable y su cabello cae gracioso a un costado de su frente. Besa mi nariz, y me causa mucha risa.


—Eres muy extraño.


—¿Extraño? No soy yo el que paseaba desnudo…


—Es verdad, quizás soy una loca peligrosa, deberías huir.


—¿Qué podrías hacerme?


—Mucho daño.


—Inténtalo…


Sus pupilas insertas en esos ojos avellana, se clavan profundamente en mí. No digo más, solo me acerco lo suficiente para sentir su respiración sobre mis labios. Cierra sus ojos, me echo a reír a la vez que tomo distancia, pero su mano derecha me alcanza rápido y coge mi barbilla hasta dejarla justo donde estaba segundos atrás. Abre sus ojos, nos miramos en silencio. El mar sigue enviándome mensajes a los que ya no presto atención, y su respiración me parece más atractiva que cualquier otro sonido percibido antes. El universo ofrecido en su mirada es infinito y de pronto quiero ser una de esas tantas estrellas que oscilan ahí dentro, para perderme eternamente.


Mis labios se abren levemente y dejo que su boca respire de mi aliento justo antes de cerrar los ojos, y es como si aquel cosmos, aquella oscura pupila me absorbiera y dejara ver miles de espacios en los que alguna vez estuve, de tantas formas, en tantos cuerpos, pero siempre la misma en esencia y puedo reconocerme junto a él en cada visión. Abrimos los ojos, y su dulce brazo me estrecha con fuerza.


—Debo irme.


—¿Tan pronto? —Me sorprenden sus palabras, la nube que me envuelve se disipa.


—Prometo verte otra vez.


Como habíamos pactado evitar las palabras, me despido con un beso fugaz. Se aleja hasta perderse, y el sol amarillo me deslumbra a medida que fuerzo la vista para seguirlo.


“¿Y ahora?”


Me siento confusa. La luz se hace intensa, tanto, que casi no puedo ver donde estoy. Siento un mareo, visiones extrañas perturban mi estado de calma y… recuerdo al fin:


—¡Dios, no debería estar aquí!


Mis párpados se abren con violencia, la realidad me trae de nuevo a donde pertenezco, y mis ojos, húmedos, intentan atesorar y recordar fervientemente aquel rostro, aquellas manos, pero no lo consigo: se ha ido otra vez. Fue un sueño tan profundo, que casi olvido quien soy, pero no era más que eso; un sueño. Una intensa melancolía me invade, y extraño al dueño de esos besos silenciosos que me daban tanta paz.


—¿Dónde estás? ¿Existes en algún lugar del universo?


Es extraño, pero hay tantas cosas que a veces imagino: mundos donde el sol cae implacable sobre sus habitantes, seres míticos con piernas que caminan sobre la playa húmeda, ciudades construidas sobre tierra firme; mientras yo, hundida en las profundidades del océano junto a las otras sirenas, entre los peces y el coral submarino, siento extrañamente que no pertenezco aquí, como si mi vida fuera una fantasía y la realidad estuviera arriba, en ese mundo desconocido en donde quizás, el sueño recurrente que me visita cada noche, pudiera hacerse realidad algún día.


Escrito por:

Claudia-Bovary



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