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EL AMIGO INVISIBLE


Los niños llevan un buen rato entretenidos, juegan solitos en la sala, como de costumbre cuando yo hago los quehaceres. Hacen ruido y revolotean por todas partes de la casa, eso es lo usual cada día pero hoy, algo me parece distinto, y me empiezo a preocupar. De pronto se hace un abrupto silencio. Recuerdo a mi mamá y sus sabias palabras: “Cuando los niños se callan, es porque están haciendo una maldad”. Apego el oído a la puerta de su cuarto, intento escuchar, pero no logro oír nada… algo está mal. Me desespero, dejo lo que estoy haciendo para ver qué es lo que sucede. Me escondo detrás de la puerta y la abro solo un poco, con cuidado y muy lentamente; los veo sentados en una mesita, simulan tomar el té. Mis hijos son dos, un niño y una niña, por lo que me llama la atención que mi hijita haya puesto tres tacitas, y no solo eso, sino que, además, pareciera hablarle al tercer puesto, a la silla que se encuentra vacía. Mi hijo lo hace también, como si de verdad hubiese alguien ahí. Un sentimiento de angustia me paraliza el corazón, pues por mi mente pasan dos ideas: mis hijitos usan demasiado su imaginación, o tienen algún problema psicológico…

─¿Quiere más? ─preguntan al puesto vacío.

Se mueven en forma natural, sigo observándolos desde la puerta entreabierta y veo que mi niña insiste en atender aquel puesto, le acerca un pequeño pancito y le sirve más té. Simula que le da en la boca, le habla en tono de reprensión y luego ríe… y mi pequeño, de dos años, también conversa con él en su lenguaje aún algo incomprensible. Estoy atónita, no sé qué pensar; él no es de tratar con extraños pero parece que ese invitado es para él bastante familiar.

Alarmada, me pregunto qué es lo que puede estar pasando por la cabecita de mis hijos. Me acerco sigilosamente a mi pequeña, como si acabara de llegar, y con mucha delicadeza le pregunto quién juega con ellos. Ella, muy natural, responde que están con su amiguito “Riny”. Un escalofrió recorre mi cuerpo y me cuestiono si es normal que dos niños vean al mismo amigo imaginario. Vuelvo a preguntar, y los niños contestan que es un amigo que los visita siempre.

─Llega cuando estamos solos ─agrega mi hija.

─¿Solos? ─insisto. Quiero saber cómo es, de dónde viene y le vuelvo a preguntar:

─Mami, es nuestro amigo, es un niño como nosotros y quiere que te vayas, no nos dejas jugar.

Aterrada, siento que se me erizan todos los pelos.

─¿Está aún con ustedes Riny? ─pregunto con marcada angustia en mi voz.

─Se acaba de ir, ya te dije que viene cuando estamos solos, tú hiciste que se asustara ─responde mi hija, y luego, ambos me miran y dicen a coro:

─¡Ándate, mamá!

A pesar de lo que pienso, me retiro, no los quiero molestar, me auto convenzo de que los niños son muy imaginativos, que quizás muchos niños de su edad tienen amigos imaginarios y puede que sea más normal de lo que parece… prefiero pensar eso en lugar de especular.

Jugaron hasta la hora de almuerzo, y luego se fueron al jardín. De regreso, cansados de tanto jugar, corren hacia mí, ríen y me abrazan. Los miro embelesada; son mis amores. Les doy un beso, los preparo para que vayan a la cama, acaricio sus caritas y los dejo descansar.

Con el paso de los días, se hizo normal aquel juego con “Riny”, que, según ellos, a cierta hora de la mañana “llega” y los acompaña. Lo único que me inquieta es lo que mi pequeña me dijo aquel día en los descubrí con su amigo: ¿porque que no debo estar presente, por ser una adulta? Y me cuestiono si será verdad que existen duendes, o si hay otros entes revoloteando por cualquier lugar… “será un fantasma”, pienso para mis adentros, pero descarto de inmediato la idea. Dejo de darle vueltas al asunto y me voy a acostar.

Al llegar mi marido, le cuento lo que ha estado sucediendo, él me mira como si estuviese loca y me dice que no me preocupe por eso, que solo son juegos de niños, que deje de angustiarme, que seguramente usan su imaginación y nada más. No me deja del todo tranquila su postura ante la situación, pero decido dejar la conversación hasta ahí. No quiero que el tema se transforme en discusión y terminemos peleando. Mis hijos están con nosotros, en casa, sanos y salvos, y lo que sea que los acompañe en aquellos momentos de soledad, es inofensivo para ellos. Decido pensar que se trata de un ángel que los viene a cuidar, y eso me tranquiliza bastante. Me doy vuelta en la cama, estoy cansada, mis ojos se empiezan a cerrar. Solo quiero descansar, mañana me esperan muchos quehaceres así que, tumbada de lado, me acomodo para entrar en mi tan ansiado descanso cuando, de pronto, veo unos ojos que me observan desde la ventana… pero tengo tanto sueño que asimilo que se trata de una pesadilla; pestañeo… ya no están. “Era el inicio de un mal sueño”, me digo, me volteo dándole la espalda al ventanal, mis ojos se cerraron, y ya no supe más.


Escrito por:

Gilda-Reyes



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