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DON QUIJOTE DE LA ROSA

Aguja Literaria

No te enojes, estira el ceño;

de lo contrario te volverás viejo antes de tiempo.

Ríe, aunque sea de ti mismo;

te hará bien, quizás vuelva a ti la primavera.

Pagoto


Durmiendo en un escaño de madera al que solo le quedan algunas costillas, puesto que la mayoría han sido convertidas en carbón por los vagabundos que deambulan la pequeña Plaza cercana a la calle De la Rosa, sobre el añoso asiento, se encuentra un individuo durmiendo plácidamente estirado. Posiblemente esté convencido de que se encuentra en el mejor de los hoteles, tal vez sus sueños lo llevan por el aire hacia un país hecho de imaginarios. Su nombre nadie lo sabe, pero se dice que alguna vez fue profesor de literatura de una prestigiosa universidad y que ahora adolece de una enfermedad conocida como “esquizofrenia paranoide”, dolencia que le provoca alucinaciones en las que ve personajes históricos. Él habla con ellos y estos, a su vez, le entregan mensajes que solo él puede comprender y hacer realidad:


“La locura viene, se enquista y no se va”. “Es más fácil cambiar de corazón porque es imposible reemplazar al cerebro…”.

Ha amado a varias mujeres, jamás se le ocurriría dejar de amarlas y mucho menos dejar solo a su perro favorito, al menos eso pensaba antes este individuo que yace ahora en los quintos detalles de su vida extraviada.

Mientras descansa, su intelecto incompleto escucha el sonido de las campanas indicándole que la luz se ha extinguido. A veces, aquel sonido también le hace recordar que el día está por terminar, mientras las sombras lo enturbian todo.


Él cree ser un Quijote y, además, el hidalgo de algún reino perdido.


Canta un gallo haciendo eco en su testa. Desde el interior de su mente dormida y desde su castillo imaginario, el individuo se mueve, su cuerpo despierta de manera violenta: ha escuchado el aviso de que se acercan las huestes inmortales a atacarle, por lo que se prepara para entrar en batalla.


A pesar de su letargo, se levanta y comienza a vestirse con sus atuendos de guerrero: bolsas de Nylon lo cubren desde el cuello hasta la cintura, simulando una armadura algo transparente; una olla adorna su cabeza, cual casco medieval; una tapa de rueda es su singular escudo, adornado con letras de barro y cal, tiene estampada también una figura que se asemeja a un dragón echando fuego; un tubo de cañería se convierte en una temeraria lanza y, para terminar; su espada, sacada de la costilla de un añoso asiento que encontró tirado.


Su atuendo está completo, sonríe satisfecho al ver su silueta reflejada en un charco, hasta que recuerda que no tiene un caballo, el famoso Rocinante, así que lo reemplaza por una vieja bicicleta que solo tiene los aros y el marco. Montado en ella y con la lanza en su diestra, se abalanza contra sus enemigos cerebrales para rescatar a su dulce amada: “Dulcinea de la Gloria”, el amor de su vida.


“Sentirse Don Quijote es parte de su yo intelectual”. Lo enseñó a varias generaciones de jóvenes y este mensaje lo persigue y lo seguirá haciendo por siempre, puesto que su demencia no es algo que durará un día, sino toda su existencia.

Durante su mortalidad mental, ha escuchado lo que sus pocas neuronas transmiten: es amarrado con unas cadenas blancas por unos guerreros vestidos del mismo tono. Estos lo llevan a un castillo y, una vez retenido ahí, le clavan filosos cuchillos envenenados que le hacen disminuir su capacidad de combate y se pierde en los confines de lo inhabitable y lo sombrío.


Parte de sus pocas neuronas le advierten que él es Don Quijote de la Rosa y que seguirá siéndolo, que deberá ir tras su Dulcinea de la Gloria, a quien perdió durante una batalla con un cíclope llamado Cáncer, cuya arma desconocida no fue capaz de vencer y, por eso, le arrebató a su amada llevándosela a un lugar que desconoce hasta la fecha. Piensa que algún día lo encontrará y también a ella, a su amor. Está seguro de que su enemigo, captor de Dulcinea, le perdonó la vida, pero a cambio extrajo poco a poco sus neuronas hasta dejarlo sin herramientas para hacerle frente.


De súbito, siente que todo el hechizo que recorre su cabeza se termina, la realidad se hace presente y lo hace despertar de su inmortal sopor. Se levanta movido por sus pocas neuronas vivas y se despoja del atuendo de combate. Se dirige hacia un camino pétreo montado sobre una golondrina motora que lo lleva hasta un lugar infinito que, tal vez, lo retenga por siempre y lo despoje de la misión que le ha dictado su cerebro: el rescate de su Dulcinea de la Gloria.


Una bicicleta, una tapa de cañería, una tabla ajada y dos bolsas negras, yacen en la esquina de la plaza que se encuentra cerca de la calle De la Rosa. Están escondidas con la finalidad de que, cuando vuelva a caer la noche, sean de nuevo empleadas para ir tras los guerreros inmortales, aquellos que, probablemente, con el tiempo y la ayuda de Don Quijote, serán derrotados.

─En la vida, todo es posible, ¿no lo cree Don Quijote?


─Por Dulcinea de la Gloria, ¡Claro que lo creo!

Escrito por:

Patricio-González-Tobar


Fuente de la imagen: https://respuestas.tips/personajes-del-quijote-de-la-mancha


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