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Aguja Literaria

AMORES QUE DEJAN MARCAS: CAPÍTULO I


Gabriela sacaba un vestido tras otro de su clóset, se los probaba uno a uno y se miraba al espejo, bailaba y seguía buscando prendas. De nuevo frente al espejo, miró su busto y suspiró.

—¿Algún día crecerán?

A sus quince años, era prácticamente la única entre sus amigas que aún no se desarrollaba acorde a su edad. Pero eso carecía de importancia aquel día: por primera vez, le habían dado permiso para ir a una fiesta y, eso no era todo, además podría quedarse en casa de Beatriz, su mejor amiga desde siempre. Solo tenía que encontrar la ropa y el maquillaje apropiados y prepararse para la que sería la mejor noche de su vida.

Finalmente, se decidió por un vestido color marfil, ya que siempre le habían dicho que su piel morena se veía radiante con él. Se maquilló siguiendo un tutorial de Youtube, para destacar sus ojos marrones e intentar verse segura y madura. Miró el resultado en su reflejo, sonrió y corrió donde su mamá para mostrarle el atuendo seleccionado.

—Mira, estoy lista. ¿Qué dices?

—Gaby, te ves tan grande… tan linda. Pero, ¿no será mucha producción? Es una fiesta no más, no tu licenciatura.

—¡Mamá! Tú siempre dices que la apariencia es importante, que todo entra por la vista y hoy quiero verme linda y segura de mí misma… no ser la pava a la que nunca dejan salir.

—Hoy te dejé, así que deja el discursito.

Hubo un breve silencio. María miró a su hija y decidió que no era el momento de discutir con ella.

—Te ves preciosa, vas a dejar a todo el mundo con la boca abierta.

Gaby saltó de alegría y abrazó a su madre.

—Gracias, mamita, ¡te amo!

Corrió a su pieza. Tomó la mochila con sus cosas y salió rumbo a casa de Beatriz. Quedaba solo a una cuadra, así que llegó en pocos minutos. Cuando su amiga la vio, sonrió y corrió a su encuentro.

—Amigaaaa, por fin llegas, te ves linda, ¡hoy vas a matar!

Le dio una vuelta admirando el atuendo. Luego se puso las manos en la cintura.

—¿Y yo?

—Hermosa, como siempre. No sé cómo lo haces para verte siempre bien.

—Gaby, siempre te he dicho que la actitud lo es todo. Ya vas a ir aprendiendo.

Beatriz tenía solo diecisiete años, pero creía tener todas las respuestas de la vida. Al ser la mayor de sus amigas y contar con más “experiencia”, se había convertido de forma natural en una especie de gurú adolescente; todas las chicas querían su aprobación, por ende, era la única que las podía aconsejar de manera acertada.

Comenzaron a llegar los invitados, pero entre más personas llegaban, más intimidada se sentía Gabriela y se pegaba a la pared tratando de pasar inadvertida. Cuando Beatriz se dio cuenta, caminó hasta ella, le pasó una cerveza y se la llevó a bailar.

—La idea es que te luzcas, no que te escondas en los rincones. Vamos.

Gabriela tomó un par de sorbos y comenzó a bailar. Primero muy tímida, después más animada y, finalmente, su energía se desbordó. Se sentía bien, importante, observada, pero no inquisitivamente, sino que admirada. Tal vez porque era amiga de Beatriz, quizás porque de verdad se veía bien, o simplemente porque bailaba como si no le importara nada; y de verdad no importaba, le gustaba sentirse así. Tomó otra cerveza. No le agradaba mucho el sabor, pero pensó que sería sumamente inmaduro decirlo.

De pronto, vio unos ojos negros y penetrantes que la observaban fijamente. Se sintió algo intimidada, por lo que cambió de lugar con una de sus amigas, sin embargo, la curiosidad era más fuerte, quería saber si seguía siendo observada. Dio una vuelta, allí estaban aún los ojos negros, misteriosos, profundos y más intimidantes que antes, por lo que se volteó rápidamente.

De súbito sintió un escalofrío en la espalda, una mano se posó en su brazo y una voz le pidió permiso para pasar, en un susurro cerca de su oído. Gabriela se movió giró su cabeza y vio una sonrisa bajo los ojos que tanto nerviosismo le habían causado. Vio pasar al desconocido, vestía totalmente de negro y parecía muy poco interesado en estar allí, parecía ser algo mayor que ella. Lo que más llamó su atención, fue que nunca antes lo había visto.

Beatriz vio a su amiga con la mirada fija en alguien, siguió sus ojos e inmediatamente la tomó del brazo.

—Se llama Andrés, es primo de Javier, y te prohíbo que te le acerques.

Gaby se rio, miró a su amiga que la observaba con seriedad, por lo que se puso seria también.

—¿Me estás hablando en serio?

—Obvio que sí, ese tipo es raro no me da confianza, nunca mira a la gente a los ojos… como si escondiera algo. Lo dejé entrar solo porque venía con Javier así que, Gaby, deja de mirarlo, la casa está llena de gente, fíjate en cualquiera menos en él.

—Pero Bea, a mí sí me miró a los ojos, a lo mejor es tímido no más, a lo mejor…

—¡No! De verdad es extraño, Gabriela Riveros, mírame. No te acerques a él. ¿Me escuchaste? Si te veo hablando con él, le voy a contar a tu mamá que estuviste tomando y hablando con hombres desconocidos.

—¡Noooo!, Bea, porfa. Si mi mamá sabe nunca más me va a dejar salir, tú sabes que es como un ogro.

—Entonces, ¿qué tienes que hacer?

Gabriela hizo una mueca de aburrimiento y repitió robóticamente.

—No acercarme a Andrés.

—Muy bien. —Beatriz volvió a sonreír y le pasó otra cerveza—. Toma, la chela de la paz ¡ja,ja,ja,ja!

Gabriela la recibió y tomó un sorbo. Andrés pasó de vuelta mirándola fijo, pero ella desvió la vista hacia Beatriz, que la observaba inquisidora. Continuó bailando e ignoró al misterioso desconocido.

Escrito por:

Ruth Lefin

De la novela Amores que dejan marcas (2017)

Publicado por Aguja Literaria


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