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LA MISIÓN


Bien, no me queda claro por dónde empezar; sería eterno enumerar cada uno de los errores cometidos, pero veremos los principales, o al menos los más trascendentes en el estancamiento hacia tu evolución como digno hijo de Dios.

Estás hecho a su imagen y semejanza, según lo han escrito. Me río cuando leo esa frase o te la escucho decir. ¿Sabes, en realidad, cómo es Dios? ¿De verdad crees que te pareces? No tienes idea de lo que en realidad significa. Eres hijo de una energía creadora, al igual que yo, y estás obligado a tener ciertas cualidades por el hecho de haber sido forjado con una responsabilidad de la que nunca podrás escapar.

El ejemplo que te pondré para graficar con exactitud tus principales errores, te mostrará en forma precisa lo terrible de tu equivocación. Tomemos como muestra tus propias palabras: El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Gracias a mi Padre, no podría ser al revés, imagina por un momento que Él se asemejara a ti… Tú eres su hijo. ¿Me sigues? Bien, mi Padre te dice: “No te reconoceré como mi hijo, porque te hice en un momento de pasión y no estaba seguro de querer engendrarte”. ¿Imaginas el tremendo caos que eso conllevaría en tu existencia? Serías un hijo no deseado por Dios, ilegítimo; Dios no te querría reconocer y por tanto no se haría cargo de ti. ¿Puedes tú ser un bastardo de Dios? Imposible, ¿verdad? Bueno, entonces, ¿con qué derecho te has permitido hacerle eso a los hijos engendrados por tu propio ser? Tienes una capacidad bastante limitada de producción de hijos terrenos, mi Padre puede multiplicar infinitos seres en todo el universo y todos están reconocidos por Él; y los ama, respeta y cuida, y con su poder de amor infinito los guía.

Tú, en cambio, has engendrado un número limitado de hijos y, permíteme decirte, tu entrega es bastante mediocre y, generalmente, lloriqueas y te quejas de lo agotadora que te parece la carga, de lo pesada que es tu responsabilidad; eres igual de llorón que Adán. Hijo del hombre, tu deber es parecerte a Dios, no al mediocre de tu padre primero, que por lo demás, ni siquiera sabía cumplir con sus obligaciones, que eran una milésima parte de las que cargamos nosotros, los ángeles. Lo peor es que sabes que lo que entregas es bastante fácil y liviano, y solo estás dando una ínfima parte de tu capacidad verdadera, pero te justificas, solo has aprendido a justificarte. Sueles culpar a las hembras de tu especie, por lo que las nombras como provocación; por su parte, no existe la provocación. Saca, de una vez, esa inconsecuente palabra de tu cerebro. Te lo explicaré, para que te quede claro y luego no te hagas el que no entiendes. La hembra humana es, en esencia, mucho más sexual que el macho, tú lo sabes, ¿verdad? O no tendrías tantos resguardos hacia ellas. Fueron creadas para producir una tremenda atracción hacia el que se suponía tenía que sentir un gigantesco placer en la maravilla de esta creación.

Parada, mirándolo con una mezcla de asombro y curiosidad fantástica. Observándolo llena de placer en la contemplación de un macho que se ajustaba a su antonimia terrena, seductora y sensual en extremo. Sorprendida ante todo lo que le rodeaba, pero principalmente, atraída por la imagen dormida de aquella criatura que, por instinto, sabía, era su compañero, el único animal semejante a ella. Deseosa y carnal, esperando con extrema impaciencia ver despertar y poder conocer a aquel ser que le llamaba tanto la atención. Adán despertó y se quedó atónito en la contemplación de aquella misteriosa criatura que le sonreía y a la vez le gruñía, en un intento por defenderse de un desconocido, pero semejante.

Dios no quiso intervenir, sabía que había creado la perfecta mezcla entre lo animal y lo divino. “Creced y reproducíos”, dijo y se retiró, seguro de que eran la perfección máxima, tanto, que hasta nosotros los ángeles nos quedamos asombrados.

La hizo bella y en extremo sexual, con el fin de que no solo para el cuerpo de Adán, sino para todos sus sentidos, fuera fundamental en su felicidad. Adán respondió a esa creación con perfecto instinto y a la vez ternura, lo que lo transformó en el más increíble de los seres de Dios. Todo pareció funcionar según lo planeado por Él, y lo que mi Padre planea, es siempre perfecto. Pero su obsesión de tratar de ser el mandamás de las creaciones terrenas, lo hizo maniático. (No quiero recordar, pero siempre recuerdo). No respondió por mucho tiempo al grandioso instinto de dejarse llevar por la sexualidad de su compañera, tenía que dominar todo mi planeta con su afán de tener un papel protagónico. Dirás que yo también quería ser semejante a Dios, ¿de qué me asombro, entonces? Pero yo era un ángel, no tenía una división como la que a él le entregaron, siendo criatura de mi planeta. Era un animal divino, conocería el placer sexual, nosotros no. El más fantástico y grandioso placer existente sobre todo lo creado. Solo él y ella podrían racionalizar y transformarlo en el vínculo más divino de todas las creaciones del vasto universo. Convertir el instinto animal en un acto divino de perfección absoluta. Nada podría mostrar con más claridad la grandeza de Dios, que esas dos criaturas.

Lo demás, ya lo sabes; sin embargo, agregaré que con un ser tan maniático y perfeccionista, ¿quién llenaría y complacería el instinto del cual fue dotada la otra criatura? Ser terreno, no has cultivado el magnífico don de saber compenetrarte divinamente con un ser creado para producir el más grandioso placer, es por esta razón que has vivido insatisfecho buscando lo que se te dio, sin necesidad de hacerlo. Tu gran problema es el sentido de poder mal interpretado que te entregó esa criatura, a la cual has seguido con el solo fin de equivocarte intencionalmente, porque es más fácil vivir equivocado que conseguir la perfección, ¿verdad? Te vanaglorias de tus dotes masculinas, que has interpretado a tu antojo con el fin de manejar una fuerza que al final, no es tal.

Hiciste creaciones interesantes en tu confuso intento por sobrevivir en un planeta, en el cual hacerlo es mucho más sencillo que lo intrincado de los caminos que te has inventado. Piensa que el paraíso nunca dejó de existir. El invento peor de Adán fue la pérdida del paraíso, aunque nadie le dijo que así hubiera sido, pero en un ademán neurótico e irracional, comenzó a gritar culpando a Eva y a mí de ya no tener lo entregado por Dios. Él nunca te quita nada, jamás me privó de mi belleza infinita y mi perfección. ¿Cómo pudiste creerle esa absurda historia? Piensa, tú eres o serás padre algún día. Si tu hijo te dijera: “Padre, creo que soy mejor que tú”. ¿Serías tan enfermo de condenarlo por querer superarte? Si naciera hermoso, ¿lo condenarías a la fealdad, solo por ser vanidoso y sentirse una criatura bella? ¿Por qué tienes la manía de adjudicarle a nuestro Padre defectos que ni tú aceptarías?

Adán era pusilánime. Me describió rojo y con cachos. Nos cruzamos cuando yo había emergido del centro de la Tierra, aún ardiente y exhausto por el esfuerzo de mi gran trabajo en ella. ¿Rojo? ¡Claro! Insisto en que mi cuerpo aún conservaba los vestigios de lo incandescente de la temperatura existente en el núcleo. ¿Con cachos? Repito que eran hinchazones producto de las condiciones en las cuales trabajaba para la armonía de todo lo existente en mi planeta. Respecto a ti, he intentado explicarte que existir en este, mi planeta, es mucho más simple de lo que has entendido; has fabricado una serie de inventos con el fin de complicar esta sencilla existencia.

Escrito por:

Eva Morgado

De la novela ¿Quién es Luz Bella? (2018)

Publicado por Aguja Literaria

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