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UN ROUND MÁS


¡Diez, nueve, ocho, siete, seis…! Él se pone de pie, antes de que el referí siga con la cuenta regresiva. Se acomoda el protector bucal, hace chocar sus puños entre sí y levanta la guardia para seguir el enfrentamiento. “Un round más”, se dice, mientras la prensa comenta:

─¡Es imposible que este boxeador logre mantenerse en pie, el campeón lo ha molido a golpes en los dos primeros asaltos!

Los flashes de las cámaras fotográfica transforman el momento en un instante estroboscópico.

Los luchadores despliegan sus mejores estrategias en la lona. Los brazos del campeón son troncos de roble; fuertes y enraizados en su concentración. Sus golpes caen en el rostro del retador como semillas fértiles en un campo de sembradío; todo está a favor del campeón. El golpe final se deja caer sobre el oponente, un golpe que está más allá de los movimientos elegantes y técnicos dentro de un cuadrilátero; la estocada de gracia supera las expectativas de un combate con reglas sobre un ring. El campeón quiere seguir siéndolo y carga su puño izquierdo para rematar, por fin, a su adversario... Pero suena la campana que indica el término del round, el campeón detiene su impulso cinético y devuelve los robles a su posición inicial de combate.

El retador, a duras penas, camina hacia su esquina. Con los ojos entreabiertos y los párpados hinchados, ve entre el público rostros deformados, caras en blanco y negro que pasan a colores para luego distorsionarse y fundirse en un solo rostro cadavérico, símbolo de su caída y perdición. Sus oídos están dañados, pero aún así puede escuchar los insultos del gentío:

─¡Perdedor, perdedor, perdedor!.

Su entrenador lo mira a los ojos; se parece al reflejo de sus mejores días.

─¡Eres mi espejo de la conciencia! ─le dice mientras limpia la sangre que cae por su nariz, labios y frente─... ¡Ve allí y demuestra lo que has aprendido, si llegaste aquí es por tus propios logros, deja de mirar al piso y mira a tu contrincante a la cara!

─¡Es imposible que el retador sobreviva a este asalto ─se deja oír la prensa─, ya que está muy débil debido a que dejo toda su energía en los primeros dos, el tercero casi lo destroza y, por lo demás, el campeón aún sigue intacto. ¡Por desgracia para nuestro retador, tiene en contra al público, que apostó todo en su contra!

La chica del cartel se pasea indicando el inicio del cuarto round, dejando atónitos a los de la primera y segunda fila. La campana suena y ambos boxeadores se encuentran una vez más en el centro del cuadrilátero. El retador decide levantar su mirada e intenta ver con más claridad a su oponente, al hacerlo, descubre un detalle que antes no había tenido en cuenta, pero en menos de un segundo, el campeón le rompe la guardia y le ataca con los más fieros golpes que haya dado. El retador vuelve a caer, se levanta antes de que el árbitro empiece a contar nuevamente, se oculta detrás de su guardia y lanza un golpe al vació creyendo en la esperanza... Pero aquel golpe no llega a ninguna parte y se pierde entre los efectos estroboscópicos del cuadrilátero... Esta vez, su oponente lo golpea más fuerte, con la intención de que no se vuelva a levantar. Tirado en la lona, escucha la voz de su entrenador, que se funde en el bullicio y resurge como un pájaro que vuela alto para no ser cazado. De pronto, la voz del viejo se transforma en la suya: “¡UN ROUND MÁS!”… El réferi comienza una nueva cuenta regresiva: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…


Escrito por:

Pher-Nan-Do



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