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Aguja Literaria

BREVE GLOSARIO DE EVOCACIÓN TERRORÍFICA


Soy el orgulloso dueño de un perro salchicha llamado Mycroft. Tiene apenas seis meses de vida y es sumamente pequeño. Recuerdo cuando llegó a nuestro hogar, recién destetado y frágil. Todo su cuerpo me cabía entre las dos manos y lo único que hacía era dormir.


Sus orejas son tan grandes que cuando salta parece un conejo más que un perro, me han advertido que su cuerpo no crecerá mucho más que unos cuantos centímetros (probablemente más a lo largo que a lo ancho). Sus ojos son brillantes y vivaces, corre por todas partes moviendo su cola delgaducha y sus patas cortas. En sus paseos es visto por todos como una criatura mínima que, sin embargo, camina por la calle con gracia y desparpajo.


En resumidas cuentas, es adorable.


Desde que llegó, duerme junto a mí. Más bien conmigo, ya que se mete debajo de las sábanas y se acomoda entre mis piernas o en mis brazos. Es tan diminuto que en realidad no me molesta, excepto cuando él no tiene sueño. En esos casos, empieza a morder mis manos y lamer mi cara, lo que es sumamente molesto. Hace caso omiso de mis ruegos por descanso y se pasea sobre mi cabeza, salta sobre mi pecho y solo quiere jugar.


Lo único que puedo hacer cuando esto sucede es entregarle un objeto para que muerda, con la esperanza de que pueda quedarme dormido unos preciosos minutos, o que él se aburra y decida irse a molestar a otra parte.


Se preguntarán ustedes qué tiene que ver un cachorro de salchicha con una experiencia aterradora. Pues bien, tiene que ver en cuanto a los términos que he utilizado para presentarlo y a un pensamiento que vino a mi cabeza una noche cuando, al despertar, no lo encontré bajo las mantas.


En la oscuridad de mi habitación, acostado y un poco atontado por el sueño, busqué a Mycroft sin llamarlo, porque mi esposa dormía junto a mí. Fue entonces que oí, muy despacio, y sin saber de dónde provenía, el sonido inconfundible de su masticar. Siempre escucho ese ruido cuando está masticando, ya sea uno de sus juguetes o cosas que no debería, como mis lentes o un cable.


El asunto es que en la oscuridad de la habitación solamente podía escuchar ese sonido. Mientras trataba de imaginar qué era lo que estaba siendo objeto de su fruición, vino a mi mente la palabra que describía de forma inequívoca el sonido que estaba escuchando a los pies de mi cama: roer.


Y de pronto pensé: ¿qué pasaría si ese sonido no lo está haciendo mi perro? O peor aún, ¿qué pasaría si es mi perro el que está siendo masticado? ¿Y por quién?


Fue así que pensé en este breve glosario de evocación terrorífica, en el que trato de explicar las razones por las cuales, en algunas ocasiones, basta una sola palabra para que la mente se pueble de sombras.


Roer: Masticar lentamente hasta reducir el objeto de la masticación a un despojo. Casi todos los animales son capaces de roer, en mayor o menor medida. Para este tipo de evocaciones, los principales sospechosos de esta actividad son las ratas, los perros y los gusanos. Un caso particularmente perturbador incluiría a un hombre royendo sus propias manos.


Fungoso: Dícese de algo que tiene cualidades similares a un hongo. La misma palabra parece tener estas características. La unión de la N con la G produce un efecto nasal que me recuerda mucosidades. Como es una palabra muy específica, su reiteración dentro de un texto no aumenta su efecto, sino que lo destruye.


Pútrido: Principalmente se asocia a olores. Cualquier persona que haya sido expuesta a un organismo en descomposición sabe que el olor de la putrefacción es sumamente desagradable, y por ello se relaciona con algo malo. No hay cosas putrefactas que tengan buenas intenciones.


Cripta: Personalmente, la prefiero a Tumba. Hay una cosa en el crujido que se produce en el inicio de la palabra que insinúa lo secreto, críptico, una puerta que se abre de noche. Además, sugiere algo antiguo, ligeramente desplazado de la actualidad, cualquiera que esta sea. No hay nada más solemnemente arcaico que un cementerio que solo está compuesto de criptas.


Dientes: Magnífico ejemplo del efecto perturbador de la pluralidad de un sustantivo. Si se ve un solo un diente en el suelo, o en un baño, es probable que el solitario pedacito de persona pase discretamente inadvertido, o que a lo más se trate simplemente del efecto de un golpe, o un torpe accidente. Pero imaginen en cambio varios dientes esparcidos por el suelo, o saliendo de las paredes. Varios.


Grotesco: Aunque la etimología de la palabra está relacionada con lo ridículo o de mal gusto, gracias a algunos autores y su intencionalidad ha pasado a describir aquello que está retorcido en formas poco naturales, o que ostenta su perversión de manera explícita. Esta condición es particularmente aplicable a ciertas muñecas y pinturas.


Ensangrentado: Cualidad de estar empapado en sangre, en cuyo caso el líquido orgánico e imprescindible plantea de forma inmediata la siguiente pregunta: ¿de dónde sale la sangre? La respuesta puede ser igual de perturbadora. Si la sangre es nuestra, estamos heridos. Si es de otro, estuvimos lo bastante cerca como para recibir parte del efecto de lo que sea que haya causado la aparición de sangre suficiente para salpicar. Si la sangre no viene de ninguna parte y en cambio forma parte de un elemento arquitectónico o decorativo, la inquietud llega de la mano de la cantidad. No es lo mismo un pañuelo ensangrentado que una cortina ensangrentada. Ni hablar de una pared o, en el peor de los casos, una casa ensangrentada.


Espasmódico: Que se mueve con movimientos quebrados, convulsionantes. Es inevitable asociarlo a ataques de alguna clase, por lo menos a alguna enfermedad. La tilde contribuye a hacer violenta su pronunciación, aumentando su eficacia.


Devorado: La alimentación normal se diferencia de la anormal por el grado de entusiasmo del consumidor. Algo que se come es radicalmente diferente de algo que es devorado. Del mismo modo, no es lo mismo un consumidor que un devorador. Fijémonos ahora en el objeto. No puedo decir (sin tomarme licencias especulativas) que una cosa ha sido devorada sin ver el proceso que la llevó a ese estado, o peor aún, puede que me encuentre restos de eso en dicha condición, a posteriori.


Náusea: Hija del vértigo, sobrina del miedo. Su presencia está ligada a una sensación de desorientación, malestar, y dependiendo de su causa (y consecuencia), puede ser más o menos incapacitante. Si el efecto final es la absoluta inmovilidad, puede que la experiencia haya sido tan devastadora que el sujeto fuera consumido por un abismo.


Aullido: Patrimonio de ciertos animales, en su mayoría cánidos, que suelen expresar de esta particular manera su opinión con consecuencias más o menos inquietantes. Si el aullido es escuchado, generalmente forma parte de la instalación atmosférica de la historia. En cambio, si es emitido, bueno, digamos que es posible que sea uno de los últimos sonidos que escuchemos.


Sombras: Depende de su posición y calidad, ya que las sombras que proyecta un cuerpo pueden asumir formas terroríficas, pero peores son las sombras que no están asociadas a ninguna fuente de luz ni a una entidad sólida de la que sean reflejo.


Tormento: Tiene cierta solemnidad de la que, a mi parecer, carece su par Tortura. Un tormento alude a cierto castigo de características especialmente sofisticadas, alcanzando cuando se refina el arte de infligir sufrimiento, pasando de una mera herramienta a un arte. Además, vemos en el horizonte las nubes de ese dolor acercándose como una batalla cósmica, la furia de Dios.


Agonía: El clímax del sufrimiento. La cúspide frente a la que solamente queda el abismo vertiginoso de la muerte, inexorable, cubriéndonos completamente.


(Sigo pensando en palabras en el silencio oscuro de la habitación, mientras mis manos se deslizan bajo las sábanas hasta encontrar el pequeño cuerpo de mi perro, temblando de miedo. El ruido a los pies de mi cama cesa de pronto, y ahora lo escucho… sobre mí).

Escrito por:

Jorge-Pesce

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