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ANTECEDENTES GENERALES


Desde su llegada a Lota en 1852, Matías Cousiño, al iniciar diversos trabajos de hermoseamiento en las colinas y quebradas limitantes por el norte con la bahía de Lota, apreció la entrada de tierra en el mar hacia el extremo norponiente y sus singulares características naturales, que permitirían una ubicación privilegiada para la residencia de su familia. No demoró en imaginarla rodeada de jardines y bosques que con el tiempo fueran testimonio natural permanente, conformando el más bello paraje en aquel trozo de costa chilena. Así, proyectó el parque y diseñó las bases fundamentales de lo que sería con el tiempo.

A este se llegaba por la calle de Chambeque; luego de cruzar una reja, aparecían los jardines, y dos cuadras hacia el poniente, se construyó la mansión, de dos espaciosos pisos, con vastas dependencias. Desde allí se dominaba la población, el mar, la fundición de cobre, los piques y el ferrocarril que servía para transportar el carbón hasta el muelle. Las caballerizas se situaron al fondo de la quebrada, y al lado norte de las viviendas se instaló una torre en forma de faro, cuyo objeto principal era sostener un depósito de agua para el riego de los jardines y los requerimientos de la casa. Una bomba movida con las máquinas del pique Chambeque, la elevaba, proveniente de una vertiente en la quebrada. Las edificaciones estaban circundadas por una reja y tenían cuatro entradas. En las fachadas del oriente y el poniente había dos especies de torreones anexos, un poco salientes de la construcción. Hacia el mar estaban las instalaciones de la servidumbre y otras dependencias, y hacia el norte, había hermosos jardines, grupos de árboles, y hortalizas. Un poco al noreste de donde posteriormente se construyó el palacio, había un puente colgante entre dos grandes machones de albañilería, destinado a salvar la quebrada. En septiembre de 1891, a comienzos de 1982, según algunos historiadores, se accidentó un grupo numeroso de marineros del vapor Cochrane. Visitando el parque, atravesaron marchando con tal violencia, que los cables cedieron y se derrumbó. Doce de ellos resultaron heridos y uno falleció. El puente nunca se restauró, y sus extremos constituyen hoy una especie de monumento que atrae la atención de los visitantes.

Los jardines fueron delineados entre 1862 (un año antes de la muerte de Matías Cousiño) y 1873, por el paisajista inglés Mr. Bartlet, bajo la dirección del matrimonio formado por Isidora y Luis. Ambos continuaron la obra realizando progresos considerables, especialmente en el trazado definitivo y en las plantaciones. El técnico irlandés Guillermo O’ Reilly, especialista en el ramo, tuvo a su cargo la administración del parque y los almácigos de las primeras plantaciones de árboles forestales, aclimatando en el lugar las variadas y valiosas especies extranjeras trasladadas al país especialmente por encargo de sus dueños, que se combinaron con la bien conservada vegetación nativa, formando un conjunto armónico que hoy se puede admirar: típicos y robustos boldos, peumos, mañíos, piñones, pataguas, laureles y otros, al lado de cipreses, encinos, pinos, abetos, cedros y la más hermosa variedad de árboles que encontraron en Lota suelo fértil y manos amigas para crecer y permanecer. Luego de la muerte de Luis, en 1873, su viuda prosiguió con admirable afán la tarea de protección y enriquecimiento para embellecer el parque, poblándolo con diversas construcciones y admirables obras de arte seleccionadas personalmente en sus frecuentes viajes al extranjero, especialmente en Europa, complementadas, como hemos visto, con creaciones de autores nacionales.

Vale la pena mencionar:

El “Kiosco Chino”, próximo al grupo escultórico “Ninfa Amaltea”, de Jullien; el “Kiosko Árabe” al lado de unos hermosos juegos de agua, circundados a su vez por las alegorías de las cuatro estaciones, de Moreau; la “Gruta de los Espejos” ubicada un poco más arriba del conjunto anterior, de diez metros de largo por seis de ancho, con varios espejos incrustados y distribuidos caprichosamente en sus muros de piedra. De su techo penden estalactitas artificiales que le dan un aspecto original; el “Conservatorio de plantas tropicales” que cuenta, entre otras especies, con un ejemplar del árbol del pan, originario de la isla de Jaba. Alrededor del observatorio hay bellas alegorías a la primavera, el verano, el otoño y el invierno, de Dulos; el grupo “Diana Cazadora” se alza sobre un alto pedestal cerca del faro, el cual fue situado hacia el extremo poniente, y si bien lo instalaron los Cousiño, quedó al cuidado de la autoridad marítima. Considerado de cuarto orden, su luz, producida mediante un sistema especial a base de acetileno, era visible hasta doce millas, y funcionaba automáticamente, graduado en virtud del propio mecanismo de la torre. Los destellos tenían una duración de un segundo y medio, con intervalos de trece coma cinco. La “Venus en el baño”, de Allégrain, adornaba la fuente situada frente a la puerta principal del palacio; el “Caupolicán”, de Nicanor Plaza, en los jardines de su costado poniente; el gran grupo de “Neptuno y Amphytrite”, un poco al poniente de la laguna que se encuentra cerca de la estatua del “Caupolicán”; varias esculturas alegóricas como las que representan a la poesía, la música, la escultura y la arquitectura, en las avenidas y jardines de los alrededores del palacio; las bellas figuras que representan a “Hipómenes y Atalanta”, junto al kiosco otomano; el “Niño de la espina”, el “Niño del cordero”, un “Fauno tocando la flauta”, y numerosas esculturas de menor importancia distribuidas entre los bosquecillos y jardines, con sus alamedas, fuentes y surtidores.

Desde los miradores, ubicados en el extremo que avanza hacia el mar, se puede observar con dirección sur, inmediatamente, el muelle abandonado de la Compañía, luego el muelle artesanal, los cerros y bosques de Colcura, Villagrán y Chivilingo, y la totalidad del golfo de Arauco: la playa de Laraquete, la línea del ferrocarril a Curanilahue, los pueblos de Laraquete y Arauco, la punta de Lavapie y las instalaciones de Celulosa Arauco. Enfrente, la isla de Santa María; y hacia el norte las instalaciones, las minas y a lo lejos el puerto de Coronel. La majestuosa vista de aquel trozo de costa chilena que constituye a juicio de turistas y artistas un espectáculo de belleza excepcional, se puede admirar en su totalidad desde el mirador que avanza hacia el poniente.

Al fallecer Isidora Goyenechea, el parque siguió al cuidado del Establecimiento de Lota, con la supervisión de su hijo Carlos, quien continuó dándole una atención especial.

El parque tiene una superficie aproximada de catorce hectáreas: en su mayor longitud, desde la entrada principal hasta el mirador del extremo poniente, algo más allá del faro, mide un kilómetro, y su ancho, que es irregular, varía entre cien y trescientos metros.

El riego es con agua potable que circula por sorprendentes cañerías subterráneas que datan de aquella época, las cuales lo cruzan en todas direcciones.

El carácter de jardín botánico que tuvo el lugar desde su gestación, queda de manifiesto con la instalación de una estación meteorológica, que habría de servir precisamente para los fines de aclimatación, con una infraestructura muy completa dotada de aparatos que registraban gráficamente la temperatura, la presión atmosférica, la humedad, los vientos, el agua caída, etcétera. Estos datos eran transmitidos a los demás observatorios con fines de investigación científica; además, permitía prever el tiempo.

En 1929 el parque de Lota fue adquirido por la Compañía, la cual, como sus creadores, continuó preocupándose de su manutención.

Escrito por:

Alfredo-Gaete-Briseño

Del libro Historia de Lota (2017)

Publicado por Aguja Literaria

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