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A FACUNDO


Corre, corre Facundo, que no te alcance la gente, no vaya a ser que te ocurra lo que ya te sucedió…

Hace mucho tiempo que dejé de escucharte, habías quedado en los recuerdos de la infancia, en las mañanas domingueras cuando sonabas a todo volumen como despertador y te colabas a la conciencia, a los sentidos, junto con el olor a pan recién tostado que se venía a la cama. Con el arma del humor pegabas guaracazos de pije a paje y lograbas el milagro dominical más grande, sacudir la modorra, despegar la oreja de la almohada, y llegarías con el despertar de las interrogantes. Había cosas que sonaban desconocidas, pero eran aclaradas por mi papá cada vez que lo veía pasar fuera de la pieza y era laceado por preguntas a los gritos -¿qué es campo de Mayo? ¿Y Borges? ¿Y Perón?- Entonces me ganaba largas explicaciones que me hacían perder el hilo de la canción, pero no tenía mucha importancia, sabía que al final y al sonar el tac en la misteriosa pirueta de la cinta volvería lo que me había perdido con nuevas interrogantes junto con la risa y la emoción.

Yo encontraba que eso era “cantar las verdades” y traté de difundirlo entre algunas amigas, pero había que escuchar para entender y a esa edad parece ser algo que resulta en extremo difícil. No puedo culparlas, porque mi Padre al presentarme al señor Cabral y, como era costumbre cuando tenía ganas de compartir algo, me sentaba a la mesa y radio encima rebobinaba, adelantaba y buscaba los momentos top que lo hacían disfrutar, y recalcitrante lo repetía una y otra vez, y parece que a cada momento lo disfrutaba más, porque las risas iban in crescendo. Pero otras veces solo había silencio reflexivo. En alguno de estos momentos la experiencia no me daba para entender, pero la prudencia me hacía no interrumpir. Finalmente, “el Facu” tenía el poder de aquietar el deseo de correr a la tele, de encantar a través de una melodiosa voz con todo el poder de la palabra de su lado, con el encanto de los que aman ser lo más humanos posibles, una invitación a la disidencia para la trascendencia.

¿Cómo relatarías tu deceso? Entre canción y texto, ¿con ironía? Con arrojo, con una historia que exuda pueblo, con los infortunios torcidos de tal forma que Víctor Hugo se regocijaría en ti, con satisfacción, con expectativa jubilosa, con profundidad reflexiva, ¿con todas las anteriores?

…Y Borges, cómo estaría esperándote para cobrártelas, espero que hayas aprendido a jugar ajedrez, un partido entre “videntes” que seguro la Madre Teresa disfrutará mientras Atahualpa toca la guitarra. La muerte es también una fiesta. Ahora ya estás entre los amados. Tantas veces te escuché luego que rapté “aquel cassette” que podría repetir algunas partes de memoria… algunas, en honor a la verdad, digamos: los coros… para lo demás, ¡solo Cabral!

Además la vida no te quita cosas, te libera de cosas. Te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud. F.C.



Escrito por:

Carla-León-Tapia


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