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LIRAYÉN


Lirayén es muy feliz. Vive en un lugar bien al sur, donde los ríos son caudalosos y los bosques exuberantes. Ella ama este lugar y a sus cortos diez años puede darse cuenta que su vida es maravillosa. Se siente libre, todo le parece tan natural como bañarse en el río o internarse en el bosque, acompañada de su perro regalón llamado Toqui. Ahí se encuentra con sus amigos los pájaros e imita sus cantos para comunicarse con ellos.


Sueña que es una reina, coronando su cabeza con flores de copihues que abundan en los árboles como guirnaldas de colores; habla con los árboles y conoce cada uno de sus nombres. Su perro la cuida con celo de todo peligro, como aquella vez que estaban en el bosque y él se abalanzó sobre algo que se movía entre las ramas. La niña quedó inmóvil viendo cómo su perro luchaba con furia contra otro animal, hasta que por fin logró ahuyentarlo quedando con varias heridas en su cuerpo, las cuales sanaron con el cuidado de su ama. Cuando regresaron a casa, el padre advirtió a la niña que no se internara demasiado en el bosque, porque el animal atacante era un puma hambriento que había bajado en busca de comida, y acto seguido se apresuró a poner trampas para proteger sus gallinas y cerdos recién nacidos.


Lirayén es hija única del matrimonio y su papá, que la adora, le demuestra su cariño mimándola.


Meses después sus padres le anuncian que va a llegar un nuevo integrante a la familia: “un hermanito”, y ella no se alegra con la noticia.


Los días y los meses pasan rápido y llega el día del acontecimiento:


-Mañana traeremos a tu hermanito –dice el padre–, es un niño hermoso, sanito, muy robusto, tendrás que cuidarlo y quererlo mucho.


-¡Cuidarlo sí, pero quererlo jamás! -dice tajante la niña.


El padre queda preocupado con la actitud de su hija y se lo comenta a la madre.


-Son celos –dice esta–, ya se le pasará.


Al día siguiente Lirayén se va al bosque a llorar y pregunta a los árboles y a los pájaros:


-¿Por qué ya no soy la única, por qué ha tenido que llegar él, por qué?


Cuando vuelve a casa todo es felicidad en torno al nuevo heredero, y el padre repite sin cesar:


-Este será el hombre del hogar, el que me reemplazará cuando yo esté viejo. Le enseñaré todas las faenas del campo, este será mi campeón -y alzando un vaso de vino brinda una y otra vez, mientras la niña lo mira “indiferente” cerca de la cuna.


El niño va creciendo y cumple tres años. Alegre y risueño, es la adoración de su padre, quien lo lleva a todos lados con él.


-Papá, ¿cuándo le vas a enseñar al niño a nadar?


-Todavía no, está muy pequeño.


Lirayén recuerda que cuando tenía cinco años, su padre le enseñaba a nadar lanzándola desde la orilla con gran fuerza. Ella luchaba con las torrentosas aguas y lograba salir, llorando y muy asustada. “Así se aprende a dominar las aguas”, decía este, con la convicción de que en la vida se debe luchar con fuerza y coraje ante todo obstáculo. La pequeña nunca olvidó ese episodio, recuerdo que siempre acudiría a su mente.


Un día en que el verano se hace sentir con grandes calores, la madre de Lirayén le encarga que cuide a su hermano mientras ayuda a su marido en las faenas del campo. La niña toma al pequeño en brazos y corre hasta el río, y lanzándolo con fuerza le dice:


-¡Aprende a nadar!


El niño grita desesperado y Toqui ladra sin cesar. El cuerpecito del pequeño parece un barquito a la deriva, hasta que se hunde tragado por la corriente del río. La madre alertada por los ladridos corre desesperada presintiendo algo terrible. Al divisar una prenda de vestir de su hijo que ha quedado enredada en uno de los arbustos que crecen en las orillas, se lanza a las aguas sin preguntar. Es lo único que recupera de su hijo. Con los ojos desorbitados no articula ninguna palabra, mientras su marido remece a Lirayén preguntando qué ha hecho con su hermano. Esta repite una y otra vez:


-Yo solo quería enseñarle a nadar.

El padre furioso le grita:


-¡Tú lo mataste porque sentías celos de él, tú fuiste, tú fuiste…!


Los días siguientes son de mucho dolor para esta familia. El padre enloquecido por la pena y a la vez furioso con su hija, le construye una habitación atrás de la casa sin puerta y con una ventana pequeña en lo alto, donde Lirayén pasa sus días añorando visitar su bosque, cosa que jamás podrá hacer, pues el castigo es para siempre.



Escrito por:

Patricia-Herrera-Riquelme



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