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Aguja Literaria

DIOS DISPONE


La casa donde vive Ramiro Beltrán es de estilo francés. Fue construida en los años veinte en la comuna de Providencia, cuando este sector era el límite oriente de la ciudad y allí se trasladaban las familias de los inmigrantes que habían prosperado con el comercio de telas, vestuario y abarrotes en general.


Ellos construyeron estas casas coronando el exterior del segundo piso con una baranda de pilares pequeños y rechonchos, las ventanas estrechas, con algún tipo de mosaico en ciertos casos, dos escalones para acceder a la puerta principal de dos hojas y una altura considerable de las habitaciones, lo que en conjunto concede un aspecto bastante armónico y europeo a la construcción. Actualmente quedan pocas casas de este tipo en Santiago.


Sin embargo, esto no tiene relación con la historia de Ramiro Beltrán, quien arrendó esta vivienda cinco años atrás, cuando era gerente comercial de una empresa que fabricaba cañerías y tubos de acero para el mercado latinoamericano. Ganaba una cantidad considerable de dinero y estimó que la ubicación cercana a la línea n°1 del metro y la cantidad de habitaciones de la casa, eran suficientes para satisfacer las necesidades logísticas de la familia.


Actualmente Beltrán no trabaja en la fábrica, porque el nuevo gerente general, que reemplazó al antiguo debido a que éste fue afectado por un cáncer linfático, quería demostrar al directorio que la empresa tenía mucha grasa que cortar y que él tenía las agallas y la visión estratégica para mejorar la eficiencia de la organización y aumentar los retornos económicos, aunque fueran tiempos de vacas flacas, por lo tanto alivianó la estructura administrativa y reasignó las funciones operativas, idea muy bien recibida por el comité ejecutivo.


En una habitación pequeña del primer piso de la casa de estilo francés, vive la suegra de Ramiro, quien tuvo que ser trasladada hasta el hogar familiar debido a un accidente vascular encefálico (AVE) que la dejó con demencia senil y por ende, nula capacidad para reconocer cualquier indicio de la realidad que transcurriera en su entorno. Este accidente también afectó la corteza motora del lóbulo frontal, por lo cual esta zona del cerebelo prácticamente no emite instrucciones de movimiento a los distintos componentes del cuerpo. La suegra permanece casi todo el día encorvada sobre la silla de ruedas, y parece que al final del día, su frente va a terminar tocando los cerámicos de la terraza donde toma el sol.


En ciertas ocasiones la anciana, que a esta altura pesa alrededor de 45 kilos, levanta la cabeza para mirar a su yerno, con los ojos opacos y todavía medio saltones y fija la vista en él, como tratando de extraer algún vestigio de recuerdo pero, aparentemente, no extrae nada. Beltrán la queda mirando, también fijo, y finalmente configura un garabato con su mano derecha, mientras la suegra, frente al dedo anular levantado, saca la lengua y se relame, humedeciendo las encías en las que solo queda un canino enganchado a la base ósea.


La mujer llegó a la casa desde el hospital clínico universitario, donde unos profesionales jóvenes y bien preparados, que lucían lápices de distintos colores prendidos en el bolsillo superior izquierdo de su cotona blanca, en la que se podía leer el nombre del respectivo facultativo, bordado en hilo marrón y letra cursiva, se las habían arreglado para mantener a la paciente durante doce días en la unidad de cuidados intensivos hasta emitir, finalmente, una factura por servicios médicos equivalente a una cantidad obscena de dinero.


La factura tenía adicionado un primer documento de resumen donde se mostraba, a nivel agregado: el código de grupo, subgrupo, prestación, nivel, cantidad, turno y descripción breve de los ítems de costo que componían el valor de la estadía del enfermo en las distintas unidades del hospital. En un segundo documento, se mostraba el detalle de las prestaciones e insumos utilizados, día a día, durante este mismo periodo, en el que Beltrán pudo verificar el número de exámenes de electrolitos (NA, K y CL), creatinina, niveles plasmáticos y urocultivos realizados. También gastó un tiempo contabilizando la cantidad utilizada de guantes quirúrgicos n° 6 ½, 7 y 7 ½ estériles, jeringas desechables de 20 ml, tela adhesiva de 2,5 cms x 9,1mts (blanca) y mitón esponja para aseo en seco.


El valor final de la factura estaba compuesto por el total FONASA (lo que aporta el sistema público de salud) y el total particular, es decir, lo que es cargo de la persona que firmó el pagaré. Sin embargo, Beltrán constató, y esto es útil que todos lo sepan, que la cantidad correspondiente a FONASA en realidad debe ser comprada, en cualquier oficina del organismo, por un valor aproximado al 80% del aporte teórico de esta institución, por lo tanto, no vale la pena ilusionarse pensando que el estado se va a poner con un 7% del costo absoluto, porque en realidad aporta un 20% del 7%, es decir; nada, o para los que gustan de las matemáticas: un 1,4%.


Cuando la suegra de Ramiro llegó a la casa tenía el pelo, que ella siempre había usado largo hasta la cintura (o hasta donde debe estar la cintura), totalmente pegoteado en la base de la nuca y las sienes, porque durante mucho tiempo estuvo utilizando cremas que se secaron en el cuero cabelludo y formaron un revoltijo de pelos, ungüento, polvo y mugre. La enfermera contratada inicialmente demoró dos días en desenmarañar y cortar la masa que, producto del tiempo, parecía un tronco con raíces enclavadas en la cabeza derrotada.


Hoy día, la suegra está a cargo de una ayudante de enfermería ecuatoriana, estudiante de una universidad de Guayaquil que fue abruptamente cerrada por el gobierno de ese país, dejando a todos los alumnos a medio camino de obtener su licenciatura, de acuerdo a la historia que ella le contó a Beltrán cuando le expuso el detalle de su situación personal en Chile. La joven se encarga de lavar a la suegra, cambiarle los pañales, vestirla, alimentarla y pasearla por el barrio para que perciba, en la medida de lo posible, los matices de verde en el parque y la imponente Skyline al otro lado del río. Una o dos veces a la semana, el tambor de la basura, pletórico de pañales usados, es desparramado por los perros del sector en la vereda frontal de la vivienda y Beltrán se afana, temprano en la mañana, en recoger toda la inmundicia antes que los vecinos se den cuenta del desastre.


El catre clínico que arrendó a la empresa de servicios, que tiene una sucursal bastante cerca de su casa, presenta un problema con los dos tornillos pasadores que fijan la baranda lateral derecha del catre a la estructura metálica de la cama, por lo tanto, existe el riesgo de que la protección se desprenda durante la noche y la suegra se desplome desde una altura de 1,1 metros al piso, con consecuencias que nadie quiere imaginar. Beltrán ha intercambiado numerosos e-mails con la empresa (además de las llamadas telefónicas), intentando gestionar un cambio del catre clínico, pero de acuerdo a la funcionaria que, según ella reconoce está en etapa de entrenamiento, es necesario finiquitar el contrato original, emitir una guía de despacho por la devolución del material, hacer el traslado y generar un nuevo contrato por otra cama, lo cual será aprobado una vez que se establezcan los motivos de la falla de los pernos y se cancelen los eventuales daños causados por el usuario, lo que puede tomar de cinco a ocho días dependiendo de la velocidad con que se efectúen los pagos y la disponibilidad de catres clínicos con las características requeridas.


La ayudante de enfermería ecuatoriana le indica regularmente a Ramiro Beltrán sus requerimientos de pañales, sabanillas, gaza y guantes de látex n°6 para una circunferencia y longitud de mano 160/152 respectivamente. Los guantes del tamaño indicado no están regularmente disponibles en las farmacias del barrio, por lo cual, Beltrán se dirige directamente a un almacén de distribución de insumos sanitarios donde normalmente puede encontrar el material requerido y no necesita deambular por las apotecas consultando a los dependientes por los guantes de látex n°6. Los alimentos con nutrientes para el adulto mayor y los remedios específicos se los entregan en el Centro de Salud Familiar dependiente de la Corporación de Desarrollo Social de la Comuna.


Otra de las piezas del primer piso, de la casa de estilo francés, está asignada a la hija menor de Beltrán, quien aún es muy chica para dormir sola en una de las habitaciones del segundo piso, liberadas por los hermanos mayores al iniciar sus propias aventuras personales. Durante el invierno, cuando la pequeña va al Kínder Garden, Beltrán se organiza para hacer las camas, limpiar la cocina, reacomodar (en la medida de lo posible) los juguetes esparcidos en todas las habitaciones e improvisar algún tipo de almuerzo que sea diferente del arroz con salchichas que acostumbra a cocinar. Sabe que tiene 3,5 horas para realizar estas actividades sin demasiada prolijidad para disponer de un tiempo razonable que le permita leer el diario y comprobar que el país, según él, éste, continúa avanzando a marcha lenta. Las actividades de la tarde, son otro cuento.


En las reuniones de apoderados de su hija, a Beltrán le cuesta acomodar sus piernas por debajo de la mesa de color rojo, en la que se reparten los trabajos realizados por la alumna durante el semestre, e intenta efectuar unas semi-elongaciones para aminorar el dolor en las rodillas. Algunas de las actividades diseñadas por la profesora jefe, contemplan ejercicios físicos como la sillita musical utilizando las mini-banquetas de la sala de clases. El apoderado que no consigue sentarse en cada tanda alegórica debe permanecer de pie y relatar al resto de los apoderados, las habilidades nuevas adquiridas por su pupilo/a durante el último mes. Normalmente, Beltrán no consigue un puesto en las sillitas durante la primera vuelta, pero el resto de los apoderados, que tienen aproximadamente la mitad de su edad, se muestran competitivos y alegres durante la actividad.


Cuando Beltrán lleva a su hija a los cumpleaños de sus compañeros de curso, programados generalmente para el día sábado, entre las 15:30 y las 18:30 horas, en la casa del cumpleañero/a, no mantiene conversaciones extensas o interesantes con los otros padres presentes durante la celebración. A veces el cumpleaños se lleva a cabo en un club familiar, donde disponen de juegos infantiles y un salón de eventos, pero eso no cambia el tipo de comunicación que establece Beltrán con el resto de sus pares.


Las compras de alimento y abarrotes las realiza en el supermercado ubicado a un costado de la rotonda de acceso al barrio alto de la ciudad, porque en ese lugar puede estacionarse en la superficie y no necesita buscar un espacio de aparcamiento en los cuatro niveles de subterráneos que dispone normalmente el comercio retail, lo cual le resulta más fácil dado el problema a la vista (glaucoma) que le impide distinguir el contorno de los objetos en ambientes con poca luz. Su mujer, le insiste en que ese supermercado es caro y de mala calidad, y que debería ir a la vega, donde las frutas y las verduras son mejores y más baratas, pero él, debido a su problema (glaucoma agravado por hipermetropía), le hace el quite a los espacios congestionados.


Hoy día, 18 de Enero del 2015, Beltrán, con la ayuda de la enfermera ecuatoriana, lucha para acomodar a su suegra en la silla de ruedas para llevarla, como le pidió su mujer, a un control agendado cuatro meses atrás con la neurogeriatra del hospital público ubicado cerca de la casa. No obstante, la estructura de títere en mal estado de la suegra, le impide fijarla en la silla. La mira fijamente y ella, desde el nivel de sus rodillas, en donde tiene la cabeza, le sonríe mostrando el canino solitario y escurre saliva por la boca abierta. Beltrán le dirige un gesto obsceno con la mano derecha y le dice que es una vieja culiá, pero esto no cambia en nada la situación.


La amarra a la silla con tres cinturones viejos que encuentra desarmando todo el clóset, que ya estaba desordenado previamente, y camina con la silla de ruedas por las callejuelas que lo conducen al hospital. Alcanza el parque que se encuentra a cuatro cuadras de la institución y, súbditamente, un olor nauseabundo, que emana desde las profundidades de la silla, llega hasta sus narices y penetra directo hasta al sector del cerebelo que asocia los aromas a los recuerdos lejanos, como la rosca de Proust, pero el perfume no extrae ningún recuerdo desde su memoria. Mueve la cabeza en distintas direcciones, como para remover el aire que lo circunda, sin embargo la atmósfera pestilente rodea aproximadamente un metro de su perímetro. Observa que la biblioteca municipal se encuentra a cincuenta pasos, abandona la silla y se dirige al oasis de los estudiantes para comprar una coca cola y tomar aire.


En el café de la biblioteca consigue una helada bebida en lata, observa que en el escaparate tienen tres tipos de pastelillos y en el nivel inferior, dos sándwiches de miga que parecen poco para satisfacer a los estudiantes que trabajan, aparentemente, en sus computadores. Abre la lata y da un sorbo profundo del jarabe oscuro, mira el reloj del local, comprueba que tiene unos minutos disponibles y gira la vista hacia la silla de ruedas, pero esta ya no se encuentra en su lugar.


Se desplaza por los ventanales cubriendo un ángulo visual de 180° sin captar ninguna señal de la suegra; corre hacia la salida eludiendo las mesas con estudiantes que trabajan concentrados, pero el glaucoma, que no le permite distinguir claramente los relieves, le impide visualizar una diferencia de nivel en el piso y cae en el parquet brillante de la biblioteca arrastrando dos sillas en el aterrizaje. Intenta pararse de inmediato pero una punzada se anida profunda en la rodilla derecha y le impide apoyarse en la pierna herida. Llegan tres estudiantes para ayudarlo, sin embargo, no consigue estabilizar el cuerpo en posición vertical. Se desprende de los jóvenes moviendo la cabeza sin articular palabras y se desplaza hacia la salida dando saltitos sobre la pierna izquierda.


Traquetea por el sendero de tierra y percibe que éste, tiene una gradiente de 3° en dirección poniente y que las huellas de las ruedas, que olvidó frenar, se dirigen a la avenida con que limita el parque en ese sector. Concentra la mirada a través de los lentes rayados pero no consigue distinguir claramente las siluetas y continúa arrastrando la pierna derecha hasta llegar a la avenida atiborrada de buses y autos. Atisba hacia el sur con la mirada borrosa y solo distingue vehículos recalentados y furiosos, hasta que escucha a su espalda un chirrido de frenos (típico) y luego un impacto, seguido de otros dos golpes sordos, posterior silencio y luego alarmas de autos que estallan con segundos de diferencia. Se voltea hacia el norte, pero no puede avanzar porque ahora la pierna izquierda no responde a la orden de dar saltos. El celular está vibrando en su bolsillo derecho y lo toma fuerte, como para afirmarse en algo. Escucha gritos y diferentes voces que dan instrucciones desesperadas, aunque el enjambre de alarmas solo le permite distinguir la palabra “silla”.


Beltrán mira el teléfono, como buscando ayuda, pero solo ve en la pantalla la imagen de su mujer y, un mensaje que se abre y consulta: ¿Cómo te fue con mi mamá?


Escrito por:

Rodrigo-Bastías


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