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Rosalinda nunca descansará

Aguja Literaria

Nací y me crie en el sur de Chile. El sur es una mezcla bastante singular de personas, ya que ahí se encuentra la mayoría de los campos del país, por lo que la población campesina es abundante; sin embargo, también hay un gran número se hacendados y para hacerlo aún más variado, existe gran cantidad de universidades y centros estudiantiles de gran nivel, por lo que crecí en este ambiente y mi vida se marcó de diferentes vivencias entre la más variada diversidad. Mi pueblo está a corta distancia de una de las ciudades importantes de mi país. Mis padres me educaron en muy buenos colegios y entré a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Talca.

De mi niñez puedo decir que fue alegre y llena de correrías por los campos, más visitas a amigos y compañeros del colegio de la ciudad. A corta distancia de mi casa, se encontraba la plaza principal, que era nuestro lugar predilecto de juegos. Sin embargo, por la población campesina, seguramente fue, no estábamos libres de temores ante las leyendas contadas. La de “Rosalinda” fue una de las que marcaron nuestra niñez y creo, no existía nadie en mi pueblo, no importando su nivel cultural, que no conociera esa historia, y por qué no decirlo, no le despertara algún temor aquel lugar.

La plaza parecía el límite donde mi pueblo terminaba, pues por el lado este se encontraba la línea del tren, por el oeste el camino que conducía a la carretera, al sur mi pueblo y al norte un sombrío camino que casi nadie transitaba, salvo algún cortejo fúnebre, ya que conducía al cementerio. Fue este arbolado sendero el que siempre despertó nuestros más profundos miedos infantiles. Una casa de adobe ubicada al comienzo del camino, que hacía años se encontraba deshabitada, era la que originaba las historias que llegaron a nuestros oídos, fuese por las señoras que trabajaban en nuestra casa o por los lugareños que parecían prohibir la pasada por el lugar. Ahí había muerto la hermosa Rosalinda, recordada por todas las personas mayores, por la crueldad de su final y un cariño trasmitido a todos los habitantes de nuestro pueblo, aunque no excepto de algún temor ante su alma eternamente anhelante de justicia.

Incluso en la universidad, alguna vez vimos el caso de Rosalinda. Una joven dotada de gran belleza que dedicó su corta vida al cuidado de sus abuelos, los que la criaron luego que su madre se marchó a hacer su vida y decidió dejar atrás la mala experiencia de un amor fracasado que había dejado como fruto a la hermosa criatura.

De don Pedro y don Venancio, dos personajes pintorescos de mi pueblo, fue que supimos de la historia principalmente, pues pese a ser muy jóvenes cuando aconteció, eran quienes se habían enterado de los pormenores del crimen de Rosalinda. Desde hacía unos años los dos ancianos solían sentarse en la plaza del pueblo a jugar ajedrez y damas, afición que habían adquirido luego de jubilar y se transformó en la única compañía que se brindaban. Don Pedro había enviudado a los pocos años de jubilar y don Venancio quedó atrapado en un trágico amor que permaneció perpetuo en su alma, pese a no haber conseguido conquistar a la hermosa Rosalinda, de quien gozó su amistad y casi especial simpatía, hasta la muerte de la joven. Sumido en la tristeza y recuerdos que lo dejaron atrapado en su soledad, nos contó lo que había ocurrido hacía largos años.

Ella se encargó de su abuela luego que esta contrajo un cáncer que la consumió con rapidez; su abuelo sobrevivió unos pocos años a su difunta esposa y pese a quedar su nieta, el hombre se deterioró y quedó casi postrado al cuidado de Rosalinda, que le brindó su gran amor hasta morir. Con sus cortos dieciocho años, quedó sola habitando aquella apartada casa. La gente del pueblo le aconsejó que la vendiera y se cambiara al pueblo, pero Rosalinda sabía que le pertenecía a su madre biológica y en algún momento, tal vez, volvería al enterarse de la muerte de sus padres, aunque se rumoreaba que había contraído matrimonio con un extranjero y abandonado el país. También varias vecinas le ofrecieron su casa a fin de que no viviera tan apartada, pero ella afirmaba que esa era la casa que la había visto nacer y en la que pretendía pasar su vida hasta la vejez. Comenzó a trabajar en el bazar del pueblo, ganarse sus pesos y con eso, más lo que su abuelo le dejó, a mantenerse. Un día no llegó a su trabajo, algo muy extraño pues era en extremo responsable y seria, pese a su corta edad.

La fueron a buscar a su casa y la encontraron muerta. Había sido ultrajada y asesinada. La policía comenzó la investigación y fueron interrogados casi todos los hombres del pueblo, sin que ninguno se calificara como culpable, pese a saberse que eran muchos los que habían reparado en la bella joven. Solo permaneció detenido unos días el cuidador del cementerio, pues se sospechaba que era quien frecuentaba el solitario camino, pero tampoco se encontró evidencia de que fuera culpable y el caso con los años se fue enfriando. Todos sabíamos que era un buen hombre y con una familia que mantener, pero fue el único al que detuvieron, lo que levantó la sospecha de que el crimen lo había cometido un personaje importante del pueblo o vinculado a alguna institución que lo protegía. La ley no logró hacer nada o no se le dio la importancia que aquel crimen merecía, pero como fuera el caso, nació en el pueblo la leyenda de que la hermosa Rosalinda no descansaba, sino que su alma buscaba incasable al o los culpables y se aparecía a los hombres que deambulaban por aquel camino.

Ya adultos, habíamos escuchado esta triste historia de boca de don Venancio y afirmada por don Pedro, quienes parecieron quedar detenidos en aquella época al igual que el alma de la joven. Ahí me expliqué los temores que cuando niño no hacíamos conscientes, ya que solo conocíamos la precaución de no deambular por el solitario y sombrío sendero. Por supuesto, siendo adulto abandoné mis temores, pero nunca deambulaba por aquel lugar, hasta pasado un año del terremoto del dos mil diez.

Mi pueblo se encuentra a escasos kilómetros del epicentro de uno de los cataclismos más grandes de la historia y sufrió la arremetida del movimiento telúrico con especial impacto. Vimos caer casi todo el pueblo y remecerse la tierra con una violencia impactante. Solo permanecieron de pie las construcciones de concreto, aunque con daños tanto estructurales como parciales, y las casas de madera que resistieron el temblor; todas las de adobe cayeron o quedaron casi destruidas. La casa de mis padres fue una de las que se salvó. La de mi novia no corrió la misma suerte, pero su familia salió ilesa. Pasado un año se terminó de construir y entregaron casas en una villa cercana al cementerio a todos los damnificados y ella se mudó a ese lugar.

Fue una noche de vuelta de visitar a mi novia, que viví una de las experiencias más aterradoras de mi vida y que marcó mis creencias hasta el día de hoy y también dirigió mi carrera hacia abogado criminalista a fin de intentar que la justicia castigara los crímenes a mujeres a fin de saldar la deuda con aquellas víctimas, ¡y sabrán mi razón!

Me vine por el sendero que une mi pueblo con el cementerio y hoy su prolongación. La oscuridad se debe a una arboleda que lo bordea, demarcándolo. En el sur de Chile llueve mucho y la naturaleza se encarga de mantener los árboles y plantas, por lo que crecen bastante altos y frondosos. Incluso de día aquel camino es oscuro y en la noche sobrecogedor, pero es hermoso. Ya lograba ver las luces de la plaza y divisar a lo lejos a don Venancio y don Pedro que se encontraban en uno de los bancos concentrados en sus jugadas. Divisé la casa de adobe, aun mas en ruinas de lo que la recordaba. Casi destruida, se podían ver a través de ella las luces del camino que conduce a la carretera. Un fugaz recuerdo de mis temores infantiles se vino a mi cabeza, pero sonreí al ver lo próxima que se encontraba a la plaza principal. Incluso un poste de alumbrado público iluminaba su ingreso. Llamó profundamente mi atención una joven parada en el umbral de la puerta de entrada de aquella casa destruida. ¿Qué podía hacer esa muchacha de pie en aquel lugar, ligera de ropas, mirándome con atención? Pensé que seguramente se encontraba acompañada y vigilaba atenta para salir con su pareja. Volví por unos segundos la vista para mirar al par de ancianos, quienes parecieron verme venir caminando hacia ellos, con curiosidad. Lamenté distraerlos de su partida de ajedrez y bromear sobre eso. Al volverme, la joven ya no estaba en la puerta de entrada, sino en la cerca que salía hacia el camino. Era inexplicable cómo había avanzado tan rápido. Incluso si hubiese corrido, no podría haber alcanzar tanta velocidad, menos aun con sus pies descalzos, como pude observar que se encontraba. Pasé frente a ella, pero sin mirarla; no puedo explicar lo que esa mujer despertó en mí, sin embargo, pude percibir que me seguía atenta. Un extraño temor se apoderó de mí, podía sentir aquella mirada casi de rencor que observaba cada uno de mis pasos. Me apresuré al lugar donde se encontraban los ancianos y logré pasar el poste donde iniciaba la plaza, entonces me volví a verla. Un alarido de terror salió de mi garganta. Se encontraba parada justo detrás de mí y sus ojos eran dos cuencas vacías, sin vida, pero que me examinaban con infinito rencor. La distancia entre el portón de aquella casa abandonada y el poste no era larga, pero igual aquel espectro debió volar hasta mi espalda para pararse en tan corto tiempo a observarme de cerca. Vi sus ojos clavados en los míos y no pude más que gritar y correr despavorido hacia el lugar donde los dos ancianos con asombro me vieron pasar, y a cortos pasos de ellos caí jadeando de terror. Ambos corrieron a socorrerme.

—¡Hijo del alma!, ¿por qué se vino por el camino ese?

No respondí, resollaba de rodillas en el pasto sin fuerzas para levantarme, pero intentando recuperarlas para continuar corriendo hasta mi casa.

—¿Vio a Rosalinda? —preguntó don Venancio con un tono de asombro y nostalgia.

Confieso que lloraba de terror. Mi mente no lograba encontrar la lógica en aquella experiencia vivida. No podía ser.

—¡Hay que estar loco o no conocer la historia para que un hombre se atreva a pasar solo por ese camino! Rosalinda nunca descansará, hasta que se haga justicia con su horrible crimen —pronunció don Pablo, como quien sabía a ciencia cierta sobre la aparición que yo acababa de presenciar.

Camino a mi casa, afirmado por los dos hombres, les fui narrando lo ocurrido.

—Usted será abogado, podría ayudarla —afirmó don Venancio como quien clama un favor—. No me gustaría irme de este mundo sin ver que los que la mataron han sido castigados.

Hoy soy abogado criminalista y estoy haciendo los trámites para la exhumación del cadáver de Rosalinda. Siento que necesito reabrir ese caso e intentar hacer justicia con el crimen de aquella joven, hace tantos años. Tal vez los culpables estén muertos o ancianos, pero creo, no se pueden dejar sin resolver los tantos crímenes perpetrados hacia mujeres. Es que nunca he olvidado esos ojos vacíos de vida que a veces recuerdo clavados en los míos con rencor y otras veces con un grito silente de ayuda. La experiencia vivida dejó una marca imborrable en mi mente. Jamás imaginé vivir tan impactante experiencia. Por supuesto, nunca volví a recorrer aquel camino y cuando visitaba a mi novia, hoy mi esposa, lo hacía siempre por la carretera, no importando lo largo del recorrido. La sola idea de volver a ver a Rosalinda aún llena mi alma de miedo y han pasado años desde ese evento. Incluso entre las experiencias impactantes de mi vida, no sé si siento más miedo al recordar el terremoto o los ojos de Rosalinda.

Pero seguiré entre todos mis casos, intentado resolver el crimen de la bella joven, porque de no lograr saber quién o quiénes la asesinaron, Rosalinda nunca descansará.





Escrito por: Eva-Morgado-F.

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