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MARCAS DE SALVACIÓN


Esta gripe está acabando con cada parte de mi cuerpo, siento los músculos y huesos tan sensibles, que estoy seguro de que si una hormiga caminara por mi espalda, podría sentir cada paso de sus diminutas patas sobre mí.


Estoy solo en casa, no tengo a quien avisar de mi estado. Siento que me desvanezco y la fiebre es tanta, que en mi frente fácilmente podría freír dos huevos y prepararme una tortilla. Tengo los ojos hundidos y percibo cómo se tuestan mis pestañas; lo único que todavía funciona correctamente es mi capacidad de pensar y la especial sensibilidad que me domina. Mis oídos se han agudizado al máximo, pero no soy capaz de moverme ni de hablar, mi parte consciente quiere gritar por ayuda pero la subconsciente sabe lo inútil que es intentarlo, entonces: ¿qué debo hacer?


Me encuentro postrado en la cama, respirar se me hace cada vez más complicado puesto que el aire solo entra por uno de los orificios de mi nariz; el otro está completamente obstruido. El silencio invade la habitación y me retumba hondo en los tímpanos, ¡qué dolor, por Dios! Los huesos están frágiles, como galletas de agua. Noto que estoy dispuesto a dejarme llevar por un sueño profundo, mi cuerpo se hunde cada vez más en el lecho como si este me envolviera, al igual que en la escena del drogadicto de la película Trainspotting… Por lo menos él estaba drogado y se me ocurre que debe ser como estar bajo los efectos de la anestesia, pero yo… ¿Quién soy yo? Mi cuerpo, ¡no siento mi cuerpo! Abro abruptamente los ojos… He vuelto en mí. Había sucumbido ante un sueño poco amigable y en este, tratar de moverme había sido inútil. El reloj de la muralla de enfrente me indica que solo han pasado dos minutos desde que me dormí, aunque a mí me parecieron dos días, y a pesar de ello, mi condición sigue siendo la misma.


De pronto, escucho un sonido débil y extraño. Pongo atención para poder oír con claridad, supongo que puedo hacerlo, puesto que es el único de mis sentidos que funciona bien, por ahora… Entonces puedo dilucidarlo, cada vez más fuerte y nítido; proviene de debajo de la cama y parecen ser dos alfileres caminando, ¿alfileres?, ¿pero qué carajo estoy pensando? Se hace cada vez más intenso y se acerca más y más cuando, de pronto, se detiene abruptamente. Lo más probable es que sea un maldito insecto merodeando. Pasan unos segundos antes de que vuelva a caminar, al parecer se aleja. No obstante, luego de unos minutos el mismo golpeteo de pasitos diminutos parece volver con más fuerza, proviniendo esta vez de diversos ángulos: de debajo del clóset, entrando por la puerta; se oyen en cada rincón de la habitación ¿Qué está pasando? No puedo moverme ni hacer nada para defenderme, ni siquiera soy capaz de levantar la almohada para lanzársela a esas sucias cucarachas, ¡o lo que sean! Me siento una presa fácil: llegar y servir. ¡Malditos! Si llegan a ponerme un solo diente o colmillo encima, antes de que puedan saborearme, ustedes serán los primeros en morir, debido a esta enfermedad que me tiene agonizando. Oigo que una cuerda se tensa sobre mí y baja desde el techo. ¡Demonios! Una araña enorme viene en dirección a mi boca, cargando una esfera celeste entre sus patas; apenas se acerque, la aplastaré entre mis dientes… Esto anda mal, muy mal. Miro hacia el piso y veo un millar de hormigas acercándose como si fuera alfombra. ¿Qué las trajo aquí? ¿De dónde salieron? Están subiendo a la cama, acercándose, ¡diablos! No me puedo mover y sus patas comienzan a rozarme como si fueran un peine compuesto de finas puntas metálicas. Suben por mis piernas, ¿a dónde quieren llegar? Mis dedos parecen simples escalones, me cubren por completo y es como si tuviese una oscura manta hecha de hormigas, ¿me llevarían a su hormiguero? Mis ojos suben para encontrarse de frente con el arácnido solo a centímetros de mi rostro ¡Dios, termina esto ahora! Deseo morir…. Pero entonces, una torre de ellas se levanta frente a mi mentón, la que encabeza la torre tiene entre sus patas algo similar a una cápsula como las que he visto alguna vez en un comercial, sí, la he visto, estoy seguro. De súbito, una hilera completa de colmillos comienza a clavarse en mi piel y un dolor punzante e intenso me obliga a abrir la mandíbula para expresar un gesto agrio, momento preciso para que la hormiga de la cápsula deje caer su carga en mi garganta: moriré ahogado. El arácnido suelta a su vez la esfera acuosa y esta parece lubricar el paso de la píldora por mi tráquea, por fin mis ojos se elevan tras los párpados cerrados.


Despierto de nuevo, el reloj me indica que tuve ocho horas de profundo sueño. Siento el colchón húmedo, “¿será sangre?”. Escucho desde afuera el sonido de los autos, la contaminación acústica es cada vez peor en este barrio. Logro incorporarme y noto mi camisa empapada en sudor, ¡pero qué sueño más raro! Me dirijo al baño para darme una buena ducha y quitarme la repugnante sensación, doy la llave del agua, me miro al espejo y recuerdo por un momento la horrible pesadilla: “Fue solo un sueño”, pienso, pero me quito la camisa y veo que las marcas de salvación aún están en mi pecho.


Escrito por:

Arturo-Sifuentes



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