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UNA HISTORIA PARA DOS




Ignacio y Helena, dos miradas que se encuentran en medio de la calle, en medio del gentío, en medio de la nada.


Sus corazones palpitan al unísono, sin comprender si es por la sorpresa o la indecisión; aquella que se hizo parte de ellos hace quién sabe cuánto tiempo y que ambos intentaron ahogar en estadías solitarias y conversaciones en conjunto.


Ignacio y Helena, dos miradas, dos almas; una historia.


-Dime que me amas -dijo una vez, ella.


-Si todo lo que hago por demostrar lo que siento por ti, no es suficiente; no hay forma de convencerte al decirlo con palabras.


-Tienes razón. Soy egoísta.


-O tal vez eres ciega.


-Y eso también, tal vez…


En el aire se disipa aquel recuerdo de meses, que ya no tiene sentido traer al presente. Pudieron ser años, lo saben, pero el conteo del tiempo ya no es necesario, pues están ahí, haciendo caso omiso del ruido, los autos, los pasos apresurados de la gente. Todo se transforma en neblina ante ellos, mientras sus ojos reflejan recuerdos jamás olvidados: miradas sensoriales, charlas extensas hasta el amanecer y risas imparables que más de una vez sacaron lágrimas de alegría.


Ignacio y Helena, una historia que parecía sin fin, que amenaza con perdurar aún ahora, que tras largos meses vuelven a estar uno frente al otro, añorando abrazos y recogiendo pedazos rotos de discusiones inexpertas.


Ignacio, Helena y el mar; Ignacio y la mirada hacia las estrellas, Helena y el abrazo apretado bajo la noche. El mar, una plaza, un almuerzo, un refugio para dos. Porque eso lograban en compañía; hacer de cualquier espacio un refugio para sus fantasías, sus risotadas, los abrazos interminables y las miradas sinceras.


Ignacio y Helena, tratando de recordar, de traer a sus mentes el “por qué”, ese que pueda explicar la razón de estar ahí de pie intercambiando miradas a través de unos minutos que parecen haberse detenido en el reloj. ¿Por qué…?



Ella era libre, y él así la amaba.


-Un día me iré lejos y no habrá nadie que pueda detenerme, como sucede con las aves cuando aprenden a volar –decía ella con la mirada perdida y alegre. Él reía ante sus fantasías.


-Supongo que yo tampoco estaré ahí para intentar impedirlo.


-No lo harás.


-No, yo me quedo aquí. Tal vez mi alma no es tan aventurera. –Reían juntos.


-Tu alma nació con raíces y la mía apenas es una semilla.


-Más que semilla, eres como un ave sin jaula. Algún día regresarás.


-Pero no será para dejarme enjaular.


-El amor es libertad, dicen.


-Dicen…


-Entonces, se podría decir que yo te amo.


-Y yo podría decir que eres cursi. -Las carcajadas estallaron, e inundaron la larga noche en que aquella conversación tuvo principio… y también final.


Él no se iría, ella lo sabía. Estaba tremendamente aferrado a la tierra y a la familia que lo vio crecer, en cambio ella no pertenecía a ningún lugar, ambos lo sabían; sin embargo, ahí estaba él, en actitud petrificada, sosteniendo la puerta abierta del taxi que lo llevaría al aeropuerto. “Él no se iría”, recuerda ella.


Ignacio, Helena. Miradas cargadas de anhelo y remordimiento: Ignacio subiendo al taxi, Helena caminando hacia su hogar. Dos caminos, dos almas: una historia que el tiempo no borrará.


Escrito por:

Sandybel-Ortiz-Reyes


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