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AUSENCIAS


A veces las ausencias son tan densas, tan largas, que mi piel se siente fría aunque el sol esté radiante y la primavera pase por mi lado con su vestido amarillo, dejando flores blancas tras su huella. No soy de esas personas que temen a la soledad, es más, la disfruto, pero sí me aterran las ausencias: no es como estar sola; es no estarlo pero sentirse así. Como si en el pecho hubiera un vacío que día a día se hiciera más grande y se volvieran más pesados los amaneceres.

Amar es sublime; pero la ausencia de esa persona, la maldita ausencia, es casi insoportable: ¿qué puedo hacer cuando su cuerpo no está, cuando su voz es un eco distante y sus caricias son solo un recuerdo? ¿Cómo silenciar esa llama dentro de mí, que implora mantenerse encendida en base a cualquier estímulo, caricia o el roce de unos labios en mi piel? La mitad de mi alma le pertenece, pero, ¿y la otra? Esa que es mía y solamente mía, ¿cómo la calmo? Los atardeceres con su luz naranja, las estrellas en el cielo y la luna majestuosa me parecen cada vez más imponentes y, en vez de disfrutarlos, me siento ante ellos pequeña e insignificante. La oscuridad es más cruel por las noches, el viento araña los cristales de mi ventana y me amenaza con volver aún más fuerte cuando llegue el invierno… y comienzo a temerle a la soledad.

Pienso entonces en tomar prestado un poco de calor, un abrazo que me proteja del frío y esa ausencia por las noches. Lo imagino, y la idea me parece grotesca, terrible y oscura, como si se tratara de una traición a ese alguien que no se encuentra conmigo; pero recuerdo luego el silbido del viento y las noches que cada vez son más oscuras, y la idea se vuelve más amable, más tibia. Después de todo, ¿qué puede ser más cruel que vivir en la ausencia del otro? ¿Qué puede haber de malo en desear hacer el mundo más agradable y mis amaneceres menos tediosos? Solo pido un abrazo, un cuerpo cálido y una voz en mi oído, una caricia en el pelo y unos labios que recorran mi cuello olvidado. Anhelo el roce de unas manos en mi cintura, en mi espalda, mis piernas, unos hombros firmes de los cuales poder asirme en caso de sentirme débil. Una persona desconocida que me acompañe hasta mi cuarto y me ayude a espantar esa ausencia molesta que se ha empeñado en vivir aquí, que ocupe en la cama el lugar del que se apropió y saque de mi cuerpo lo que quede de ella. Que reviva mis labios con un beso, me abrigue en su piel por una noche y llene ese espacio vacío que parece haber crecido con el tiempo; pero que no tome nada más, que deje mi alma intacta y mi corazón quieto, que se lleve el silencio pero me deje la paz de la espera... que se marche antes de que salga el sol, y se lleve la culpa consigo… si existiera alguna...

Escrito por: Claudia-Bovary

Fuente imagen:

www.elmeme.me

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