MUJER DE CRISTAL
Cerca del resplandor del alba ante los primeros rayos del sol, y una vez que la luna se vuelve al misterioso lecho en el que descansa, una pálida y delgada mujer camina por entre la verdura del bosque. Sus ojos grises parecen los de un felino y su delicada boca se mueve como si murmurara una canción silenciosa, una canción que solo el viento puede oír. Lleva el cabello suelto y este cae oscuro y brillante sobre su espalda. Su cuerpo, frágil, está cubierto con un blanco vestido que pareciera cubrirla de rocío.
Y mientras ella baila y se mueve grácilmente bajo los delgados rayos de luz, yo la miro desde lejos con los ojos de un niño, con los ojos de mi corazón, e inevitablemente la amo. No sé cómo, ni por qué estoy aquí, no sé por qué ella me ignora cada vez que su mirada se cruza con la mía; pero no me importa. Ella baila y yo la observo con la mirada perdida en sus negros cabellos que hacen que se desboque mi torturado corazón.
El amanecer sigue su curso y yo permanezco sentado sobre la hierba. A lo lejos, ella me lanza una mirada furtiva y recoge las más tiernas flores para hacerse una corona. El sol acaricia sus hombros con delicadeza; lo disfruta, sonríe… su mirada es tan hermosa, tan perfecta…
De pronto, el ruido de unos pasos hacen temblar el suelo y la joven se echa a correr por entre los árboles, huyendo del lugar. Maldigo para mis adentros al culpable. Al darme la vuelta veo a un grupo de hombres que se internan en el bosque, seguramente en busca de madera, o de animales para darles caza. Intento hacerles señas, pero están tan ocupados en su charla, que me ignoran y siguen su camino, pisando las huellas de la dulce muchacha. Ya abatido y resignado a su partida, retomo mis pasos para llegar a mi destino; pero, ¿cuál era mi destino? Es extraño, de pronto siento como si vagara sin rumbo y sin tiempo. El sol me parece infinito… Mi hogar, ¿dónde está?
El efecto del calor me debilita y me acerco a un arroyo. Me inclino ante el agua para observar mi rostro, pero no lo veo, el reflejo del sol es tan fuerte que no me lo permite. Agotado, sumerjo la mitad del cuerpo. Al salir, me tiendo en el pasto boca arriba y veo cómo las nubes se persiguen unas a otras, cómo el viento parece llevarlas en un viaje ancestral que nunca acaba, que nunca muere. De súbito, escucho un ruido tenue, como pisadas, me incorporo para ver quién es: a lo lejos, diviso una figura moviéndose entre unos arbustos… reconozco de inmediato a la preciosa joven que a diario observo a la distancia sin atreverme jamás a acercarme. Para mi sorpresa, despacio camina hacia mí, con su cabello mojado y lleno de flores. Me sonríe y se sienta a mi lado. Los nervios me traicionan, no soy capaz de articular palabra, ella me sonríe y me pone una de sus flores en el pelo. La miro encantado, su boca parece hipnotizarme a tal punto que ya no puedo recordar quién soy, esta mágica aparición me tiene completamente hechizado. Después de unos minutos de mirarnos, sin decir nada, se levanta y comienza a alejarse, dejándome en un estado de sumisión extremo. Si me pidiera el mundo, se lo daría; si pidiera mi vida, seria suya también, pero, ¿quién es ella?, ¿por qué a diario la observo?
Por fin el día va decayendo, la noche parece acercarse. “Debo regresar a mi hogar”, me digo, pero la verdad, es que mis pensamientos confusos no me llevan a ningún lado, ¿es que realmente tengo que llegar a algún sitio?
La penumbra me sorprende vagando por el bosque y me duermo bajo un amoroso árbol. Las estrellas me iluminan y la luna parece cantar. Mi espíritu vuela, viaja, y sueño, sueño con ella, con sus labios prohibidos, con sus ojos de humo…
Cuando amanece, me dirijo al mismo lugar desde donde puedo verla, como cada mañana, como cada día desde que tengo memoria; pero esta vez no la encuentro. Espero unos minutos, que se convierten en horas… la luz del sol se hace cada vez más fuerte: ella no llegará.
Algo me dice que debo buscarla, no lo entiendo, pero algo superior a mí me obliga a saber dónde está, a cuidarla, a observarla religiosamente aunque ella solo me vea como parte del paisaje... pero no está. Camino sin rumbo y recuerdo el camino que ella tomara la tarde anterior, corro tan rápido que siento que vuelo, nada puede impedirme volver a verla. De pronto, entre unos espesos arbustos, logro divisar lo que creo que es su cabello negro, desparramado en la hierba: es ella; yace tendida boca abajo y su cuerpo, inmóvil, me paraliza por completo el corazón.
─¡¡¡Noo!!!!! ─Un ahogado grito emerge de mi alma, pues no sé si el sonido proviene de mi voz, creo que nunca he hablado para nadie más que para mí mismo.
Corro hacia la muchacha, la volteo para ver su rostro, aún consiente, me observa con conmiseración, una de sus manos heridas acaricia mi mejilla.
─Venías a buscarme, ¿verdad? ─dice con una voz tan débil que apenas puedo percibir.
─Tranquila, preciosa, te llevaré a un lugar seguro, estarás bien… ¿quién te ha hecho esto…?
─No estoy segura, de noche salí a caminar por el bosque, lo conozco como la palma de mi mano… pero…
Sin que siga hablando, pasan por mis ojos las imágenes de lo ocurrido: los cazadores la persiguieron, ella cayó, forcejeó con uno que intentó rasgar su vestido, logró zafarse y corrió de nuevo, hasta que una bala la alcanzó. Sin el menor remordimiento, los hombres la abandonaron allí a su suerte, entre los arbustos.
─Tienen que pagar, no pueden quedar impunes…
Ella me silencia poniendo uno de sus blancos dedos sobre mis labios.
─Está bien, después de todo, vivir alejada de la gente fue mi elección ─su voz se hace cada vez más pausada y débil─, estaba al tanto del peligro… Sé dónde me llevarás, no tengo miedo, pero antes, déjame tocar tus alas…
Acerca sus manos hacia mis hombros y toca unas enormes alas oscuras que nacen desde mi espalda, en las que nunca había reparado…
─Eres el ángel de la muerte, llevas días acechándome…
─¡No! ─repito─ ¡¡¡Te equivocas, yo, yo te amo!! ─Al salir, las palabras parecen desgarrarme el corazón. Ella se incorpora dificultosamente entre mis brazos hasta acercarse a mi rostro, y con lágrimas en los ojos, me cierra la boca con un beso.
Mientras sus labios me rozan logro sentir el sabor del olvido, del infinito, de la soledad. Es verdad; soy el ángel de la muerte, pero cuando la vi por vez primera todo dentro de mí se hizo caos… sin darme cuenta comencé a amarla y, al hacerlo, olvidé a lo que venía, olvidé quién era… me confundí en un mundo que no era el mío deseando ser parte del suyo, y ahora le arranco la vida en un beso.
Al separarse nuestros labios, siento el calor de su último aliento mientras me mira por última vez, y cierra sus bellos ojos grises para no abrirlos nunca más. Las lágrimas brotan ardientes por mi rostro y una oscura nube en el cielo me indica que es hora de partir. Arropo a la dulce muchacha en mis brazos, y vuelo, vuelo alto para entregarla a quien me envió a buscarla, para llevarla a otra vida, a otro mundo en el que quizás, yo no sea más que un hombre, y ella; una hermosa diosa, una hermosa mujer de cristal.
Escrito por:
Claudia-Bovary