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ERA TAN BONITA


Caminando de la mano un día, con mi novio, nos sentamos en una banca. Aquella banca estaba frente a un castaño; era otoño y las hojas caían. No había alma que se paseara por ahí, ya que empezaba a lloviznar.

Leo me abrazó, con el fin de darme más calor del que tenía con mis gruesas prendas de lana. Me dijo que me quería; le respondí de inmediato que yo también lo hacía.

Por uno de los extremos de la plaza, se acercaba una mujer joven. De seguro tenía frío porque, aun con sus guantes puestos, restregaba las manos. De su boca, salía el vapor característico del gélido clima húmedo. No pude verla de cerca hasta que pasó frente a nosotros… Era hermosa; caminaba meneando levemente las caderas, producto de sus pasos seguros sobre el camino de barro. El cabello, largo y negro, se balanceaba sobre sus muslos con una naturalidad tan increíble que sentí celos. Sus párpados estaban cubiertos por largas pestañas rizadas, sus ojos eran de un color avellana, sus labios, finos y su nariz respingada. Ostentaba una figura formidable, denotada por sus curvas, y una altura envidiable.

La mujer no era común: tenía una belleza etérea, tan delicada, tan suave… Me sentí algo extraña por mirarla tan detenidamente al principio, sin dejar escapar detalle alguno de su cuerpo; como si estuviera deshonrado mis valores y posturas. Soy heterosexual, eso saltaba a la vista, y así lo sentía en aquel momento, pero entonces, ¿qué me sucedía? Después de unos segundos llegué a la respuesta. De un instante a otro tuve una epifanía; miré a todos lados, buscando conscientemente otra mujer, cualquiera que apareciese, no importaba quién. Vi entonces a una señora de edad caminando cerca de un arbusto, y la hallé hermosa; todo en ella era hermoso, cada arruga, cada detalle, cada imperfección era hermosa. Miré a mi novio… y también era hermoso.

El mundo se abrió ante mí en un solo día, y de un solo golpe. Nunca sabré si fue el amor lo que me afectó, pero me sentí como en el cielo. Estaba rodeada de cosas bellas, todo tenía sentido, no me invadía ningún sentimiento relacionado a la decepción. Luego agradecí a Dios por estar viva.

A los minutos después, Leo me miró sonrojado. Su mirada había seguido, sin poder ocultarlo, a esa chica que acababa de pasar. Me pidió perdón por ello, le dije que no importaba.

─¿Por qué? ¿No te pone celosa? ─preguntó.

─No ─respondí─, te entiendo.

Me miró extrañado, como era de esperarse.

─¿A qué te refieres con ese “te entiendo”?

Lo miré con dulzura, y no pude evitar sonreír antes de responder.

─Es que… ¡Era tan bonita!


Escrito por:

Javiera-Pérez



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