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RÉPLICA Y CONTRARRÉPLICA


En Plaza Italia, a la sombra de la estatua del General Baquedano, las flores se mecían bajo el sol de primavera. Por el entorno no daba vueltas mucha gente y estaba limpio, simultáneamente se oía el paso de muchos transantiago. En uno en particular, camino a Providencia, es en el que me quiero detener.


Ya afuera, apenas viéndose el parque Balmaceda (por la cantidad de árboles que tapaba la ventana izquierda del bus), se escuchaba una canción a lo lejos, de un tal Jaime González. Acercándonos al origen del sonido, podríamos ver que se trataba de un joven con unos audífonos inalámbricos con alta regulación, antiruidos, tecnología de aquellos que fácilmente podrían hacer aislarse a uno de la vida misma. Pero este no, podía escucharse la canción de Inmoral Utopía: “Una Pornito Romántica”, hablando sobre encontrar "otro yo" en un mundo egoísta. A un lado de él se veían pasar los motoristas apurados que, sin más, eran obstruidos por la sinfonía animal de un semáforo que no les dejaba pasar. Unas viejas copuchaban a un lado, y al otro se encontraban dos jóvenes, en el par de asientos de plástico termofaenados delanteros que se miran frente a frente. Un "lolo" y una "lola", y esta es su historia:


La joven, feliz y ausente, parecía tomar nota en su asistente móvil; no resultaba difícil suponer que escribía en Whatsapp. En cambio, el "lolo", estaba reclinado, cabeceando. Al bajar el único pasajero sentado junto a ellos, por algún motivo de “arduoso” comportamiento, continuamente le miraba. No podía despojar una obsesiva mirada en ella y su rostro: el trenzado que recorría su frente, sus ojos melódicos y dulces (especialmente), su estilo, quizás.


Él, en su dormido preconsciente no melódico, “nebulaba”, pensaba, hilvanaba deseos hermosos: vivencias en lo incomprensible… sosteniendo en las manos su aparato gratinador de sonidos -tanto absurdos como digitales- dormía, y un tuiteo que le parecía lejano, molestaba desde su celular, sin saber si era un pájaro real volando o un aparato molesto. Se vio en la Antigua Grecia, y, creyendo ser un prisionero, se preguntó lo mismo que Platón en el mito de la caverna: ¿Es esta la realidad o solo su sombra?


Ella, en tanto, entre miradas furtivas a aquellos ojos “avispales”, mientras dirigía los suyos a su fantasía celular, le miraba por el rabillo del ojo.


Y el "lolo", luego de encontrarse desesperado, deseando salir del entorno de Grecia, salió de su trance y, al verla, de inmediato se dio cuenta de que la deseaba. Ahí, se preguntó: “¿Qué puedo hacer? Cuando se baje la perderé para siempre…”. Sabía que la deseaba. ¿Deseo o amor?, ¿quién podría saber? Y en lo surreal lo supo: vamos a preguntarle a Platón; el holograma desapareció. Justo en esa época se celebraba su famoso banquete y cómo no, podría vestir como griego y unirse a tamaña celebración de la ciencia y del alma.


Volvió a ver aquel lugar revestido de pilares de estilo, mármoles fastuosos, cerámicas frías… Cruzó apurado hasta una terraza donde estaban Platón y sus "alumnos", todos muy jóvenes y completamente “navegados”. Platón danzando feliz, sin ninguna dama estorbando, y uno que otro tomando nota, mientras se debatía sobre… Él, invitado, divagaba el cómo de lo que le quería expresar —su amor platónico, deseado, explosivo—, el cómo suele suceder de una forma difícil. Cogió el jarro y bebió más que todos, mientras trabajaban en el tratado de amor platónico/ideal. A punto de la borrachera, cuando el que tomaba las notas estaba cogiendo sus ropas, aburrido del ideal de amor, apuntó al gran sabio y con elocuencia de quien no sabe nada, le preguntó: “Platón, ¿a quién debo amar, al verdadero amor o a quien me espera y me acaricia?”. Platón, queriendo despojarse rápido de su inquisición, batió la mano izquierda en silencio y respondió: “Vive y haz lo que quieras”, y huyendo, bailó copiosamente mientras procedía a celebrar con sexo… Pero bueno, ¿para qué entrar en detalles?


Como pétalos de luz, sus ojos se abrieron, y poco a poco apareció la imagen de ella. Era evidente que no llegaría la respuesta que la joven esperaba. Se le veía muy triste. Preocupada, vagaba; parecía sin vida. Él pensó en Cristina; de la cual nada sabemos.


Ella fue a otro “menú” del teléfono a cambiar su foto perfil, inclinándolo un poco y sosteniéndolo a la altura de las rodillas. Como celular era grande, él, mientras tanto, alcanzó a ver su número telefónico. Ella parecía tan distraída, tan abstraída tratando de colocar el “meme” más triste en su foto (el “meme” con más ímpetu, más gancho, más nostálgico, más a la moda, más basado en “aforismos” de letras luminosas en fondos marrones melancólicos), que no alcanzó a percatarse de lo que hacía él frente a ella. Como estaban dispuestos frente a frente, él vio esa identidad de Whatsapp al revés, los dígitos invertidos, viéndose ellos mismos en silencio a mitad de los saltos ruidosos del bus, que tan solo agitaba livianamente los cabellos de quienes inclinados se mecían impávidos al avance del transporte.


Apenas volvió ella con aquel meme genial, él aprovechó de confirmar los números que le faltaban y la agregó a sus contactos. Acto seguido -y como cualquier otro "lolo" que no media sobre lo que dice o hace- le envió un mensaje que deambula con dulzura entre el límite de la insensatez y el romanticismo:


“No te deprimas, deja ese celular, que no te va a contestar”.


Depresiva.


Al verla así. Al sentirla así, despojada de todo, conmovido por su triste, pero aún bella mirada, optó por la mejor de las decisiones posibles: dejarla ir, dejarla ir en el cementerio de los corazones rotos.


Ella lloró profusa y espiritualmente. Se levantó para tocar el timbre que la dejaría en su destino, lo miró fijo, y con los ojos húmedos, valiente, se acercó para increparlo: “¿Eres tú?, ¿eres tú?”.


Él, pensando en Cristina, su otro amor, dijo: “No”.


Y en el momento en que la separación era inminente, en que ella descendería de manera espiritual, y él seguiría su camino… Todo cambió. Fuerte, fuerte, beso flor, como la peor esquizofrenia y pena del mundo, él la besó. Beso, beso, fruición. Envidia de pocos, fruición de muchos. La besó y le robó el beso a la vez. No lo hizo por placer, lo hizo por deber. Un beso robado, un robado sexo visual… ¡digo! Sexo besal… ósculo sexual, sexo ocular. Besándola como quien ella estuviera desesperada, su cercanía se subrayó y ella gozó, pues yo no sé a quién le escuché que, el beso no es lo que es, sino la réplica y contrarréplica de tan íntimo acto. Y como un encantador tal cual, le dio un abrazo hecho labios.


Ella no preguntó. No tenía qué preguntar. Todo estaba dicho, dicho en el wonder wall. Dicho en la dicha, el amor está aquí y se volvieron a declarar amor y a besar. Y del mismo modo en que la besó, sus manos se aferraron simultáneamente, como el dios pagano del sin destino, sin inclinarse en la balanza de lo desconocido, reconocieron sus amistades secretas en la red de las instantáneas (Instagram), la F azul (Facebook), la del pájaro poeta (Twitter), y pues, hablando de que se conocían, se congregaron como abandonados al calorcito de una autística tarde y se hablaron.


Aun cuando hubo pasión, sensualidad, besos, palabras, lo mejor fue que al calorcito de esta, ya no autística, tarde -volviéronse a besar y con el clamor de su parpadeo- nuevamente se hablaron. “Ey” ─dijo ella─, “ey, me estás tomando la mano”. E incluso estando fuera de la micro, eso fue un placer hecho humano.


Escrito por:

Andrés-Pinedo



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