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CARTA


No somos nada que importe. Nuestras pequeñas vanidades caen como cataclismos en las lágrimas y desaparecen con la noche.


Años muy antiguos, en los que tú eras polvo, ni a una fotografía te acercaste.


Te crees algo, estás vivo. La desgracia está esperando algo más, una cosa para cuestionarse. Disculpa, pero debo decirlo: no hay nada más.


Te crees importante porque tienes el mundo ante tus ojos, ¡já! Se acabará, como ya antes ha pasado.


Y tú me respondiste: “No hay paz en el hastío, el milagro amargo y extraño de la vida desaparece junto con sus millones de instantes”.


Sí, lo sé. Nadie nos recordará en un par de años, como no fue necesario que existiéramos en un día perdido, completamente olvidado, del año mil.


Y cuando vuelvo a casa, me doy cuenta de que todo lo que hacemos es en vano, innecesario realmente. Que entre una cosa y otra, media lo superficial de nuestras pequeñas ganas de vivir. Las ansias y proyectos que nos planteamos sirven para reflejarnos en el fondo de nuestra congelada caja negra. El espejo rallado de nuestro rostro.


Pienso en lo que me dijiste: “Vivamos sin defendernos, esperando la patria negada. La angustia no da tregua, enmarañando, embruteciendo, dejando a su paso ruina y desvarío, un aire que susurra: la realidad es una fosa”.


Esta condena trágica de miles de seres silenciosos y sin voz, esta condena trágica de ver esfumarse lo que conocemos, desgarrando todo a lo que nos aferramos.


Y recuerdo lo último que dijiste sobre la vida, sobre lo que fue la vida:”Lo fugitivo que ha burlado por breves instantes su ley inmutable de destrucción”.


Ya la sombra nubló todo a su paso. Solo queda este suelo acogedor, donde seremos bienvenidos al olvido que ya somos, y que seguiremos siendo en la tierra.


Escrito por:

Juan-Carlos-Lazo



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