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LAS DESVENTURAS DE UN PAYASO


El payaso Pagliacci se alejó lentamente de la consulta del psiquiatra, estaba muy triste, había perdido el interés en la vida. Se sentó en una banca frente al río y recordó su niñez. Era el quinto hijo de una familia muy pobre, pero él llenaba todos los espacios con su alegría. Mamá siempre le decía: “Deberías ser el payaso de un circo”, y lo había logrado; ahora era el mejor.


No olvidaba el día en que llegaron al circo, Ira, la bailarina rubia de ojos como el mar, chiquita, bonita, alegre; e Iván, el acróbata musculoso, alto, de facciones casi perfectas, quienes se volvieron sus amigos.


Después de las funciones se juntaban a dar largos paseos y a contar grandes historias. Iván había recorrido varios países y contaba con mucho entusiasmo. Hablaba de su trabajo en las minas de Turquía, de donde se había salvado por segundos a la fatalidad de una explosión, de su trabajo en las islas de Grecia pescando esponjas, lugar del cual muchos no vuelven a emerger (un trabajo milenario); y de Persia, donde fue pescador de perlas, arriesgándose en las profundidades del mar. Contaba que había conservado la más hermosa: la perla rosada, para dársela a quien le robara el corazón. Y así pasaba el tiempo: primavera, verano, otoño.


Un día de invierno, vio a Ira correr hacia él con una hermosa perla colgada del cuello. Se sintió mareado, un fuerte dolor le invadió el pecho. Ira le dijo: “Ven, Pagliacci, vamos a celebrar”. Iván se le acercó con sus brazos extendidos: “Dame un abrazo, hombre”.


Aunque sabía que ese abrazo solo duraría unos segundos, al fin sentiría su cuerpo, su calor, su aliento… Era como lo había soñado.


Escrito por:

Rebeca-Carrasco



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