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JUANITA AZURDUI


En el jardín infantil tuve dos compañeras: Corina y Sole; dos hermanas ultra rucias de ojos azules, lo que generó mi trauma de morena curucha. Con dos amigas teutónicas, ser rubia se volvió un tema.


Un día me encontré un pelo rubio entremedio de mis pelos negros y se lo mostré a una tía: “Te estás volviendo rubia”, me dijo. Entonces ese hilo amarillo se transformó en una esperanza y todos los días revisaba mi cabeza por si se habían multiplicado, como los peces bíblicos, pero nada…


Años más tarde, cuando terminaron nuestros años de jardín para entrar al colegio, yo me fui a uno particular y las rucias, a uno municipal en el que mi madre era su profesora jefe.


Para un cumpleaños de entonces, fui invitada. Su familia era apatotada y jolgoriosa y a sus integrantes les gustaba participar como público en los juegos infantiles. En todos los cumples, te suelen dar la sorpresa sin más cuentos, pero aquí no; había que ganársela haciendo una gracia: un show, una varieté o algo por el estilo, así que las chicas y chicos iban pasando a un escenario improvisado. Tímidos y compungidos, la mayoría iba recitando o cantando algo mientras yo, en la fila atrapada en mi gigantesca timidez, me hacía bola pensando qué hacer.


Una de las niñas cantó entonces “La cuncuna amarilla”, era primera vez que la escuchaba, y mientras ella canturreaba las otras niñas, todas compañeras, la coreaban. Cuando terminó la canción le dije toda buena onda: “Que linda tu canción”, y ahí me contó que mi madre se las había enseñado en el colegio. No puedo decir cómo me sentí; mi propia madre nunca me había cantado esa canción a mí, ¿¿era la misma??...


Entonces llegó mi turno, la neurona saltó salvadora y recurrí a una canción de un disco que escuchaba mucho mi papá de “Mercedes Sosa”, lo repetía una y otra vez, lo suficiente como para aprendérsela y entoné:


“Juana Azurdui flor del alto Perú no hay otro capitán más valiente que tú, truena el cañon, muéstrame tu fusil que la revolución viene oliendo a jazmín”


… Y, ¡Chapán! La tía me pasa ipso facto la ansiada bolsa de dulces y yo, gloriosa, sentía que en tiempo record “la había hecho” con mi canción.


Cuando llegué a la casa, con el odio en el cuerpo, le cuento desde mi vanidad triunfadora lo acontecido a mi madre (básicamente que me había fregado a su cuncuna) y ella, desde su altar maternal, me revela que esa canción que había entonado era “comunista” y la familia de mi amiga de “ultraderecha” y todo me sonó a Chino Mandarín, por lo que mi mamá tuvo que entrar en detalles escabrosos y mi gloria se fue al carajo. No era que la había “roto” con mi interpretación, sino que había sido humillantemente censurada…


Siempre que guateo en la vida y me enfrento a una ilusión rota, recuerdo estos capítulos de mi infancia, y me dan puras ganas de que la Juana me preste su fusil para dispararme.



Escrito por:

Carla-León-Tapia


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