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SAMURÁI


“Tengo el sable en alto, lo miro, quedo ciego por unos segundos con el reflejo del sol. Miro al frente y veo los duraznos en flor, rosados y blancos, son majestuosos… hermosos. Ya llega la primavera... y no pude bajar el sable, él es mi maestro, mi amigo; me eligió para ser su verdugo, pero ¿cómo llegamos a esto?”.


Yukio Mishima escritor, luchador de arte marciales, creyente de las tradiciones y virtudes japonesas, vio cómo la degradación y la miseria moral se adueñaban de su país al occidentalizarse. Por ello, decidió formar una milicia: “TATE NO KAI O” o “SOCIEDAD DEL ESCUDO”, una comunidad estructurada al estilo Samurái.


Yo también me uní. Con ello intentábamos devolver a Japón sus raíces más tradicionales, pero no resultó. Mishima y todos nosotros estábamos descorazonados por la actitud pasiva de los intelectuales ante la pérdida de los valores y las señas de identidad del país. Mishima los nombró: “El mayor enemigo dentro de la nación”, tildándolos de cobardes, desarraigados, deshonestos y presuntuosos.


Un día, Mishima nos reunió y nos dijo:


─Amigos, discípulos, Samuráis, no hemos conseguido nuestros propósitos, así que vamos a enseñarles que aún hay honor en nuestro amado Japón. Prepararemos un Seppuko.


Las lágrimas pugnaban por salir, no lo podíamos creer. Estábamos en 1970, los Seppukos estaban prohibidos. Pero mi maestro ya había elegido su destino, ya que, el Seppuko formaba parte del Bushido, código ético de los Samuráis y como tal, le correspondía a él.


Sabía que tenía que elegir un ayudante o Kaishakurin, el que tiene que estar a su lado en el momento del suicidio. “¡Yo no!”, cerraba mis ojos y pensaba: “¡mi nombre no!”.


─Masakatsu Morita. ─Escuché─. No había más qué hacer, yo tendría ese honor.


El Seppuko se llevaría a cabo en el despacho del general Kanetoshi Mashita, junto a su familia, la sociedad del escudo y las tropas del cuartel.


“Nuevamente no pude bajar el sable”. Mi mente juega conmigo.


Previamente a la ejecución bebimos Sake, se me subió a la cabeza. Hiroyansu Koga compondría el último poema de despedida llamado “Zeppitsu o Yuigons”, sobre el dorso del Tessen o abanico de guerra.


Cuando llegó el momento fatídico, mi maestro entró al recinto; el silencio era sepulcral. Se situó de rodillas en posición seiza, se abrió el kimono, blanco como la nieve en invierno, las mangas las puso bajo las rodillas para que el cuerpo no cayera indecorosamente hacia atrás al sobrevenirle la muerte. Envolvió cuidadosamente la hoja del Tanto, una daga de veinte a treinta centímetros, en papel de arroz para no morir con las manos cubiertas de sangre, y lo clavó por el lado izquierdo. Cortó firmemente hacia la derecha y volvió al centro para terminar con un corte vertical hasta el esternón; y yo, situado a su izquierda, aún no le podía cortar la cabeza. Yo, que tenía que actuar con una rapidez mortal para que no sufriera, acabé perdiendo mi honor. Se aproximó, presuroso, Hiroyasu Kogo, me quitó el sable y realizó la decapitación.


Ahora, seré yo el que realice el Seppuko. No fue cobardía no decapitar a mi maestro, fue heroísmo, ya que, ahora lo acompañaré a donde vaya.


Escrito por:

Rebeca-Carrasco




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