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MONÓLOGO DE UNA MUJER


¡Oh, Dios!, ¡a ti te hablo!


Pienso que detrás de esas nubes espesas de julio, en la antesala de la tormenta, ahí está tu reino misterioso. Busco tu imagen cuando el viento cabalga las nubes y forma figuras, abro mis ojos y no alcanzo a ver más allá; mi visión es menor que la de un gato, se borran las imágenes.


¿Cómo es tu rostro?, ¿es así como dicen? Aseguran que eres igual a Tu hijo judío, con esa cara que aparece en los cuadros, los cabellos largos y la barba crecida. Otras veces trato de hallarte en el cielo de primavera despejado y celeste. Si abriera ese telón, ¿qué más podría ver?


Pregunto a otros y nadie tiene una respuesta concreta. Algunos, orgullosos, contestan: “Ahí está, más allá de tus ojos, y nunca podrás verlo, no hasta que tu cuerpo penetre la tierra y vuele la mariposa que llevas dentro”. Otros, más convencidos, dicen: “Está en ti, en todos los que quieran recibirlo en su cuerpo y no lo reconocen”.


A menudo estoy triste, imágenes terribles llegan a mis ojos, dan la vuelta al mundo y a muchos acongojan; no puedo deshacerme de ellas sin que broten lágrimas. En esos momentos deseo verte y no apareces por ningún lado. En otras ocasiones, siento mi cuerpo agobiado por el peso de la injusticia, busco que Tu brazo protector rodee mi espalda.


Bueno, te cuento: a veces la pena se va, quizá a curvar otras espaldas, y aparece por momentos algo parecido a la antesala de la felicidad. Cuando nace un niño o un hijo llega a la adultez por buen camino; un hermano le gana a la enfermedad; el árbol de la calle, apunto de secarse en verano, responde en cada primavera y se embellece con racimos de flores moradas; el sol pinta y endulza las uvas rosadas; mi perro, que tiene doce años y está un poco sordo, ladra de felicidad al reconocerme en la puerta de la calle. Eso produce dentro de mí un calorcito, como si se derritiera mi corazón. Hay tantas vivencias buenas, gracias a ellas miro al cielo de otra manera, con admiración, al reconocer esa maquinaria perfecta que se mueve sobre los tejados. Me siento la típica hormiga feliz, tengo la capacidad de pensar y las dudas se desvanecen. Por instantes no tengo miedo, me siento liviana y alegre, me olvido de las miles de opiniones que a veces confunden.


Alguien ha dicho que no hay nada más allá, que aquí termina todo y tú mismo eres Dios. La verdad, no tengo argumentos para contestar. Solo sé que, dondequiera que estés, distante años luz, energía colosal que envuelve el universo, vibración elevada, poder absoluto, estás dentro de mí y no sé reconocerte; te doy gracias y pido disculpas por la fragilidad de mi fe.

Escrito por:

Helena-Herrera-Riquelme

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