LO QUE LA CABEZA GUARDA
Paso a paso, el camino avanza. La misma hora, el mismo recorrido cada mañana. Las mismas personas se cruzan al andar, se reconocen y saben cuándo alguien está de vacaciones, todos se dirigen a sus trabajos.
Pozas congeladas traen frío a la mente y el recuerdo del calor; no se trata de la estación, sino de un amor prohibido. El vaivén de dos cuerpos, gotas de sudor que resbalan por un masculino mentón para caer sobre aquellos labios. Las palabras “Te amo” resuenan como una droga enajenante, pero son reales. Amor cristalizado por una elección de vida que entonces pareció la correcta y hoy se ve que no lo fue. Volver al presente, responsabilidades, pagos, compromisos y una vida que no detiene su vértigo, todo esto la obliga a continuar su camino. Amanecerá pronto, sabe cuál es la calle en la que asoma la luz del día en cada jornada. Pareciera ser la esquina del amanecer, pero es solo producto de la hora que siempre es la misma cuando la atraviesa.
En un condominio cuelga un farol. Se va de la mano de su padre recorriendo las calles del barrio, mientras entona Farolito. “Farolito que alumbras apenas mi calle desierta…”. Aquel farol apenas iluminaba la casa de sus padres en la noche solitaria. Vuelve su mente a conectarse con lo que debe hacer aquel día. Apura el paso y cruza una gran avenida. Hay que esperar los tres autos que pasan con luz roja.
Esa misma avenida, pero de tierra, la devuelve al bello campo que fue aquella sobrepoblada comuna. Se ve caminando de la mano de su madre por el centro de Santiago, acompañándola a elegir telas, botones, cierres y todos los materiales para confeccionar ropa con sus hábiles manos de modista. Gracias a sus estudios, hubiera podido impartir clases de técnico manual en colegios y liceos, pero los celos que dejó el primer matrimonio de su padre no le permitieron seguir su destino y se quedó en aquel caserón, recibiendo clientas que elegían sus confesiones. La lucha lógica de la actualidad, aunque muchas veces distorsionada por las mujeres, le recuerda que es jefa de hogar y debe seguir trabajando, ojalá hasta su muerte, ya que no quiere depender de sus hijos. La igualdad debería partir por el sueldo. ¡Hasta cuándo la estúpida diferencia, si la mayoría de los hogares están a cargo de mujeres! Se siente incómoda y molesta, pero vuelve a lo que debe hacer aquel día.
Mira el cielo. Las nubes forman bellos dibujos con matices azulados que muestran el próximo amanecer, pero le faltan algunas cuadras para aquella esquina. “Amores matan amores”, pudo ser el dicho, pero la alocada necesidad de buscar nuevamente la sensación de aquel sentimiento la llevó a muchos líos e incluso a una atracción fatal masculina, esto la dejó algo reticente a buscar ese camino. Sabe que no solo las mujeres son protagonistas de atracciones fatales, pero no se puede poner de ejemplo, porque ella misma lo es. Piensa en lo que no debe decir y vuelve a sentir rabia con la sociedad. Se siente amordazada, pero una nueva novela es la forma en que expresará lo que quedó prisionero en su garganta. La comienza a escribir en su mente. Llega a la esquina y amanece.
El presente está lleno de desafíos, pero es bello en su esencia. Sonríe.
En veinte minutos recorrió como una máquina del tiempo su pasado, presente y proyectó un futuro. Nunca se detuvo a pensarlo, nunca tuvo que escribir espontáneamente lo que estaba en su cabeza.
Escrito por:
Eva Morgado Flores