top of page

Entérate de concursos, publicaciones en el Blog y más.

Haz click aquí para enviarnos tu texto:

CRÓNICA DE VACACIONES

Aguja Literaria


Vivo en la ciudad, mi casa está en un maldito barrio que tiene una calle sin salida, desde ese callejón sin vía de escape contemplo mi vida.


Con este informe casi depresivo, la sicóloga me envió sí o sí a descansar al campo. Dijo que necesitaba reposo, tranquilidad y aire puro. Ahora estoy de vacaciones, a cielo abierto y sin la costumbre de tener tanto espacio. Los ojos se me ensanchan, solo veo vegetación por todos lados, me canso de mirar el paisaje sin fin. Pareciera que los árboles me observan, les resulto desconocida y ellos a mí. Algunos son frondosos de copa redonda; otros alargados, altos como edificios; unos con brazos abiertos cual lámparas, cargados de frutos rojos y amarillos que caen; también veo nogales, nueces que cuelgan cual pelotas de tenis bajo una capa verde. En uno de mis paseos, descubrí una nuez color café que conocía de antes, mi curiosidad se despertó.


Junto a las paredes de la casa crece un arbusto de hojas oscuras. Corto una rama y la huelo, su olor es desagradable, similar al azufre. Me dicen que se llama palqui o parque, pero no me queda claro. La gente del campo fabrica cruces con esos palitos y los amarra con lana roja, aseguran que es lo más efectivo para ahuyentar los "males" (me llevaré unos cuantos cuando regrese a la ciudad, por si acaso). A lo lejos veo manchas blancas, negras y overas que se acercan corriendo, son los perros guardianes. No se parecen en nada a las mascotas de la ciudad, estos son de campo, están acostumbrados al trabajo y se ganan su comida; ayudan a guardar las vacas, corretean a las ovejas. Sin embargo, he visto que en ocasiones se dan un gusto y, disimulados, se comen alguna gallina y ninguno fue, pues si los pillan, pobres lomos.


Al costado de la casa hay una pieza chica sin techo. Entro a curiosear y veo un pedazo de colchón viejo. Hay algo sobre él, ¿qué es…? Se trata de una inmensa perra negra con ojos brillantes, acaba de parir sola media docena de cachorros blanquinegros y amarillos. Alguien me advierte que no debo acercarme a tocarlos, la madre está brava y podría atacarme. Camino despacio sin hacer ruido y salgo de allí.


La casa es bordeada por un olor exquisito parecido a la vainilla, proviene de un macizo de azucenas rosadas, son como campanas de copihues, pero olorosas; el tallo de estas flores es largo y café, trepan cientos de capullos de cardenal por los bordes de las paredes. Me gusta el olor fresco de sus hojas quebradizas. Avanzo hacia una zona despejada y me interno en la chacra, me saludan las matas de maíz, las mazorcas parecen muñecas abiertas al sol, muestran sus cabelleras amarillas y sus dientes de leche. Enroscadas a lo largo de un tallo grueso están las matas de porotos verdes, al madurar se convierten en los mismos porotos granados. Más allá diviso la huerta de tomates y su característico olor intenso, son los verdaderos frutos rojos, grandes e irregulares, nunca he sentido tal aroma en el de supermercado. En otro cuadrado de tierra se siembran hierbas olorosas, albahaca, romero y tomillo impregnan el aire. Respiro hondo, aún me queda mucho por admirar.


Mi primo, el dueño de la casa, se une a mi exploración. Hace las veces de guía, sabe la respuesta a todas mis preguntas, no importa si caminamos por senderos de tierra o piedra. El viento desarma mi peinado y me arrebata el sombrero, ¡qué contrariedad!, también entran piedras en mis zapatillas. Un pájaro raro se posa sobre un árbol, es grande como un jote. Mi primo dice que es un peuco, según él se comen los palomos recién nacidos y toda clase de animales menores, como conejos, lagartijas y ratones. Me mira de reojo mientras explica, cree que puedo asustarme.


No veía a mi primo desde hace años, cuando éramos niños, así que es como si no lo conociera. Se ha convertido en un joven fornido y cabezón, una maraña de pelo negro cubre su cabeza y varios mechones le caen sobre la frente; es diestro con el lazo y los caballos, maneja el tractor y puede estar horas bajo sol sin que le quede ni una marca en la nariz.


¡Qué horror! Cuando llega el mediodía el sol pica en la cabeza. Mi pelo es un desastre, está cubierto de polvo y engrifado, se ve peor que el caballo al que me subí esta mañana, creo que no le caí en gracia, pues trotaba dando unos corcovos que me tiraban hacia un costado. Empecé a resbalarme y grité, así que mi primo corrió para auxiliarme como todo un caballero. Me tomó en brazos y me bajó delicadamente. Aunque me gustan los caballos, ni loca me vuelvo a subir a uno. Por fortuna llegó la hora del almuerzo, lo sé porque llaman con una campanilla para que nos sentemos a la mesa.


El almuerzo es clase aparte, ¡una cosa increíble! El porte de los platos quita el apetito, hay un desfile de fuentes y sirven la comida hasta los bordes, la mesa está repleta; quizá creen que la gente de ciudad sufre de hambre crónica. Consumo lo que puedo, pero el resto de los comensales repite. Luego, además, viene un postre bien contundente y las masas mantecosas. Mi hígado siente escalofríos, pero no debo poner caras feas. Mi tía, sonriente, comenta que los parientes de la capital están muy flacos, creo que se refiere a mí; me insta a comerme todo diciendo que los alimentos son una bendición y no se debe perder nada. Al almuerzo le siguen el sopor, el sueño y el calor, pero es imposible dormir.


A media tarde viene mi primo a animarme, me toma del brazo para invitarme a pasear a las cascadas, afirma que me gustará. Accedo a regañadientes, pero lo que veo me deja sin aliento: como si fuera un milagro, el agua brota de las rocas, la vegetación rodea toda la escena, ¡esto sí me gusta! Impresiona el silencio, solo se percibe el rumor del agua, el aire oxigenado entra a raudales por mi nariz y me atraganta con su pureza. Protagonizo un reencuentro con la naturaleza, una renovación. Todo es nuevo, cada hoja capta mi atención y me transporta a los días de infancia, miro con otros ojos las piedras, las hojas secas, los insectos de colores que suben por los troncos, las variadas formas de los árboles silvestres que están ahí desde siempre; los que han sido cortados renacen con más vigor, aunque necesiten años para crecer. La magia del lugar me envuelve como un sueño.


Mi primo remata este día perfecto al cortar para mí una preciosa flor azul, es de una especie que solo crece muy alto en el borde de las rocas. Me impresiona su regalo, este tipo de gestos delicados son impropios de él.


A pesar de toda la belleza contemplada, creo que no podría vivir para siempre en este lugar. Estoy acostumbrada al ruido, al humo, a las calles llenas de gente, al olor a bencina quemada, a respirar a medias, a vivir rodeada de muchos, pero independiente en mi metro cuadrado. Soy una maldita habitante de ciudad y no puedo cambiar.


He regresado a la ciudad, ¿saben quién escribió?, mi primo. Asegura que quedó impresionado por mi fragilidad después de los paseos, pues yo terminaba exhausta, alérgica y afiebrada por el sol, nunca pude subir la mitad del cerro y me quedaron muchos lugares por conocer. Su propuesta es que, si me mudo definitivamente a su campito, promete que en seis meses me transformaré en una mujer fuerte y saludable, pues él posee una receta mágica heredada de su abuelo. Creo que lo voy a pensar.

Escrito por:

Helena-Herrera-Riquelme


Entradas destacadas
Entradas recientes
bottom of page