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DICIEMBRE


Se debería canonizar este mes, no existe otro al que le pidamos tantos deseos, proyectos y hasta milagros. Diciembre, regresas cada año y transformas todo a tu paso, pero solo mientras tu mágico encanto perdura; cuando llegas a tu fin, la vida vuelve a su rutinario avance, solo tú conviertes en especiales a quienes te viven.


El cuerpo soñado, el plan de ejercicios, el proyecto que hace años se viene gestando, el esquivo dinero que este año sí llegará, nuestros enfermos que milagrosamente se sanarán; todo se lo pedimos a este mes. ¿Será que Dios nació en él o es que, a pesar de representar un fin, trae consigo la sensación de principio? Diciembre, tu existencia es similar a un milagro. La indiferencia ante el niño, el hombre o la familia que estira la mano pidiendo limosna mágicamente se vuelve sonrisa y otra mano entrega una moneda o un billete; al parecer, el gesto es impulsado por la idea de que solo durante este mes se deben acumular méritos para ganarse la aprobación de Dios. ¡Dios, representado en un recién nacido, acompañado por su Santa Madre, su padre terrenal y una serie de pastores, animalitos, ángeles y aquellos Reyes Magos que llegan a las puertas del establo, esa escena detenida en el tiempo! Una brillante estrella se coloca justo sobre el pesebre y lo ilumina con su presencia. Lentamente, las figuras quedan sepultadas por los paquetes de regalos que se colocan bajo el adornado pino. El pesebre no se ve, en su lugar brilla la emoción de esperar al encantador viejito vestido con gruesas ropas rojas que nos llenará de presentes.


Eres especial, diciembre. A medida que avanzas, las personas intentan no discutir y las calles se vuelven un poco más amigables, las fachadas de las casas se visten de adornos y luces de colores, se preparan para la Navidad, así que todos los hogares parecen saborear la ostentosa idea de una vanidosa competencia por lucir más atavíos. A pesar de esto, el espectáculo es bello, está lleno de un aire festivo y las ilusiones forman parte de la decoración para dar paso a las alegres sensaciones de fiesta colectiva.


El olvidado Niño Jesús, sepultado bajo regalos, hace su milagrosa aparición luego de una abundante cena y los burbujeantes y espumosos brindis; después vuelve a desaparecer bajo papeles rotos ante la ansiedad por descubrir qué contienen esos bellos paquetes navideños. Al otro día luce de nuevo su diminuta figura mientras se recogen y desechan los restos de la pomposa celebración que pasó, sin que la mayoría recuerde su cumpleaños. Eso queda atrás, es momento de prepararse para recibir el Año Nuevo.


Terminamos el ciclo enfiestados y alegres, repletos de abrazos, deseos de prosperidad y felicidad futura. Poco a poco, la vida volverá a su rutina y comprenderemos que es difícil cumplir con los proyectos soñados.


Tú, diciembre, te colgarás otras vez al final del calendario y a nosotros nos quedará un año entero para que regreses a ilusionarnos.

Escrito por:

Eva Morgado Flores

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