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EL CHAT


Bloqueada de todas las redes sociales. Una muerte virtual, ningún registro público de la felicidad profesada. Mis búsquedas (bajo diferentes nombres y conjugaciones posibles) solo daban con páginas en blanco. Esta vez borraste todas las huellas, no dejaste migas en el camino. Lo acepté, no sin antes pensar en perfiles falsos. La idea rondó mi cabeza durante varios días. Imaginé ser un grupo de lectura, otro de productos de cuidado capilar (pensando en tu incipiente calvicie) o una tienda de outdoor (por si te animabas a cumplir la promesa de escalar). Por fortuna, la racionalidad salvó mi dignidad.

Solo me quedó tu chat. Nunca lo borré. Quizá de forma inconsciente intuía que “lo nuestro” pronto llegaría a su fin, uno siempre lo sabe. Durante un mes mi panorama nocturno fue releer las conversaciones. Analizaba las palabras, frases y emojis. Cada noche era un capítulo distinto, tenía mi propia serie, todo registrado desde el primer hola. Agradecí al universo mi rasgo obsesivo. La relectura me permitía masticar la emoción de nuevo. En tercera persona analizaba los hechos, tanta evidencia en tus palabras y tanta ceguera en mis ojos. Mis capítulos favoritos eran los audios y videos, te convertían en holograma.

Una mañana lo decidí, estaba lista para vaciar el chat. El tiempo transcurrido puso en evidencia eso que durante años no quise aceptar. Nuestro cuerpo está al servicio de otros, desde niñas “jugamos” a satisfacer las necesidades de muñecas, esbozando una futura maternidad. Las cargamos en un coche o en brazos, amoldándonos para dar cobijo, y en esos cobijos comenzamos a desdibujarnos. Luego serán labores hogareñas y cualquier situación que implique cuidados. La corporalidad puesta en medio, cargada y gastada, haciéndonos responsables del equilibrio emocional de los vínculos: los hijos, los hermanos, los padres, los amigos, la pareja. La incondicionalidad que adorna el amor nos hace traspasar límites para estar ahí, siempre ahí, mientras nuestro mundo interior se colma de deberes y roles ajenos de los cuales nos hicieron responsables; obedientes, lo permitimos. Claro, nos educaron para ello, darlo todo porque “el amor lo vale”. Llenar el chat con mensajes en visto y un “en línea” permanente, a la espera de alguna respuesta.

Después de mi café matutino lo bloqueé. Comprendí que solo soy para mí.

Escrito por:

Alejandra-Herrera

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