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LAS TÍAS (EL MAGO)


ANA

Febrero de 1820


El tétrico rechinar una vez más me inmovilizó y me puso alerta para identificar aquellas pisadas, durante el último año, mis sentidos se habían agudizado tanto que por sus pasos lograba distinguirlas perfectamente.

A esas alturas, calculaba el tiempo correcto para salir, hacerme presente y lograba manipular con experticia, dentro de mis posibilidades, la paciencia de ellas y evitar dejar aquel escondite al descubierto y que poco sentido tenía entonces.

Ana bajaba con su acostumbrada seguridad, a paso firme y rápido; no estaba dispuesto a hacerla rabiar, no había modo, tenía que salir tarde o temprano antes de que me ganara una dura nalgada por hacerme el gracioso.

―Matías, a bañarse.

Desde mi sitio cerré los ojos en señal de autocompasión, sus restregadas dolían bastante y odiaba esa esponja tan áspera como su tono.

―¡Rápido, no tengo todo el día! ―reclamó.

―Hola, tía Ana ―decidí hacerme presente, pero de manera lenta, así que aparecí de modo fantasmal entre la penumbra a medida que me acercaba a la trémula luminosidad del candelabro y la bañera que Ana llenaba con aquella olla.

―La ropa, fuera.

―Pero tía, está muy caliente ―le dije en un intento por obtener alguna réplica y hacer tiempo para que el agua fuera soportable para mi cuerpo.

―Deja de lloriquear, te vas a acostumbrar… y luego te dará frío, como siempre.

En efecto. Al inicio, mi piel quedaba enrojecida por el agua, cuando entraba me cubría los testículos, siempre era lo que más dolía, a los pocos segundos me picaban las nalgas y la espalda. La intensidad del calor se sentía en mi piel como pinchazos de aguja, lo que muchas veces obligaba a ponerme de pie en forma abrupta, sin embargo, cuando Ana se encargaba de bañarme, no había opción; debía acostumbrarme, porque me hundía al instante o me refregaba aquella esponja con jabón y la pasaba presionando sin piedad como si quisiera despellejarme. Pero la tortura no terminaba al temperarse el agua, no, porque apenas comenzaba a entibiarse, Ana me obligaba a sentarme y, con el agua hasta los hombros, enjuagaba mi cabeza con un tarro que derramaba su contenido sobre mí por eternos segundos sin dejarme respirar; entonces cerraba mis ojos, cubría con ambas manos mi rostro y juntaba mis dedos para que el agua no se filtrara hacia mi boca y fosas nasales.

En ese instante, mi astuto y estrenado cerebro que había logrado mantenerse prudente hasta el momento, me jugó una mala pasada; aquella pregunta que tenía reservada de manera exclusiva para la tía Matilde, ni siquiera para tía Clotilde, escapó de mi boca en el momento más vulnerable y con la persona más peligrosa, aquella pregunta además estaba pensada para lanzarse en un momento adecuado, uno en el que Matilde estuviera con el humor ideal para al menos responder mi inquietud, pero lamentablemente no ocurrió nada de eso. Una vez que Ana terminó de secarme, pregunté de modo apresurado:

―¿Alguna vez podré salir a ver? ―De inmediato llevé mi mano a la boca en vano, por el retraso del gesto ante un mensaje que ya había escapado.

―Ni se te ocurra.

Como una fiera, Ana clavó sus largas y rojas uñas en mis mejillas al mismo tiempo que presionaba mi mentón con una fuerza brutal.

Decidí guardar silencio, solo me fijé en su penetrante mirada y mi cuerpo comenzó a tiritar por completo, por mi espalda pasó un intenso frío y mis piernas aumentaron su temperatura. Con un gesto brusco soltó mi cara, dejando en ella el diseño de sus garras. Aquella vez, aparte de ira, logré percibir en ella un gran temor, algo que la descontrolaba por completo.

Una vez solo, permanecí acostado en mi cama en plena oscuridad sin poder dormir, tocaba esas huellas que Ana había dejado marcadas en mis mejillas, de seguro mañana desaparecerían, pues no hubo sangre. En ese entonces, muchos pensamientos y recuerdos vinieron a mi mente y me pregunté ¿por qué Ana? Mi mente me engañó en el momento más crítico y peligroso, hasta que un recuerdo de hace tres años y medio apareció vívido en mi mente como si estuviera viendo una secuencia fotográfica.


Escrito por:

Jorge-Rivas-Tride

Del libro Catacumba (2020)

Publicado por Aguja Literaria



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