top of page

Entérate de concursos, publicaciones en el Blog y más.

Haz click aquí para enviarnos tu texto:

REGALO


Érase una vez un niño que tenía un gato. Era un gato pequeño y gris, parecía un poco siamés, aunque era mestizo. El niño lo amaba, era su mejor y único amigo. Le encantaba la manera en que el animalito perseguía polillas, mariposas y pájaros tratando de cazarlos.

Salían juntos a pasear, cosa muy rara, quienes conocen a los felinos saben que no gustan de la compañía ni de caminar en la calle. Sin embargo, allí donde iba el niño, su gato lo seguía como una sombra sobre los tejados.

Tenían por costumbre ir a un parque algo alejado de su casa, había juegos como balancines y columpios. El niño iba con su amigo y le leía historias sentado en un columpio. Muchas las escribía él, eran cuentos y poemas tontos, pero el gato lo escuchaba con delicada atención.

Una tarde de invierno el pequeño gato se extravió, escapó por la ventana persiguiendo un pájaro despistado que se detuvo en la cornisa. Lo encontraron muy entrada la noche, llovía a mares y hacía mucho frío. El pequeño gato, empapado y temblando, se enfermó y murió luego de dos dolorosos días.

El niño sintió que parte de él también se había ido, lloró desconsoladamente la pérdida de su mejor amigo. Sus padres trataron de reconfortarlo comprándole juguetes, pasteles, dulces y libros, pero él no quería jugar con sus juguetes nuevos, comer pasteles o dulces ni leer libros. Desesperados, sus padres ofrecieron adoptar un nuevo gatito, pero solo consiguieron que el pequeño dejara de hablar durante una semana.

Cierto día, el niño salió a caminar. Llevaba en su bolsillo un cuento que había escrito, hablaba de los gatos y el cariño que les tenía, especialmente a su mestizo gato gris. Caminó hasta el parque donde solía sentarse a leerle, pero encontró su columpio favorito ocupado. Sobre él, compungida y llorosa, estaba una niña.

Al notar que sollozaba, el niño dudó un segundo si acercarse o no, pero los tristes ojos de la muchacha y lo hermosos que eran a pesar de su tristeza, lo convencieron de sentarse a su lado. En voz muy baja le preguntó qué le sucedía y la pequeña lo miró:

―Nana murió… mi pajarito… Escapó de su jaula cuando la abrí para limpiarla, un horrible gato se la comió… ¡¡ODIO A LOS GATOS!! ¡¡LOS ODIO!!

La niña rompió a llorar muy fuerte. Él se quedó mudo, no sabía qué hacer. Temía herirla, pues él amaba a los gatos, pero sabía lo que era perder a un amigo. Nervioso, metió las manos en los bolsillos y se topó con la hoja de papel donde había escrito su cuento. Ni por un segundo pensó en leérselo, aunque era muy lindo.

Sin saber qué hacer, empezó a arrugar la hoja entre sus dedos y recordó algo que una vez le enseñaron. Dobló la hoja una y otra vez, una y otra vez hasta que en sus dedos nació un ave de papel.

―Toma, esta nunca se escapará y ningún gato querrá comérsela.

Ella miró el regalo y sus ojos sonrieron durante un segundo. El niño sintió que sus mejillas se ruborizaban, se levantó bruscamente y se alejó a toda prisa con la cabeza agachada. Como no miraba al frente, se extravió y llegó a su casa al atardecer. Se sorprendió al ver a la niña en la puerta.

El miedo creció en él cuando la niña se acercó llevando la hoja que le había obsequiado esa tarde, pero sin doblar, completamente estirada.

“Leyó el cuento ―pensó horrorizado―, lo leyó y me está esperando para gritarme lo horrible que soy”. Esta idea hizo que disminuyera la marcha, pero paso a paso se siguió acercando, no podía huir, ya que esa era su casa. Llegó junto a la niña y sin decir palabra esperó los gritos, estaba preparado hasta para recibir un golpe. Cerró los ojos, pero los abrió lentamente al notar que nada sucedía. La niña solo se acercó y le dio un beso en la mejilla. Sorprendido y perplejo, no atinó a qué debía decir o hacer, estaba aturdido.

―Gracias por tu regalo, pero me agradó más la historia. Supongo que te gustan mucho los gatos, cuentas que perdiste al tuyo hace poco. Es muy lindo que hayas usado algo que te resulta valioso para hacerle un presente a alguien desconocido. Ahora, tenemos algo en común, ¿quisieras ser mi amigo?

Él sonrió feliz, tomó la mano que la niña le ofrecía y abrió la puerta de su casa. Era tarde y empezaba a hacer frío, su madre preparaba un rico chocolate caliente.

Escrito por:

Jorge-Pesce

Entradas destacadas
Entradas recientes
bottom of page