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NATURALEZA ESCARLATA


El silencio le contó un secreto a las paredes, que se mantenían frías y húmedas con las verdades que le confesó la noche. Y apareció entre ellos un escuálido rayo de sol que los miró apacible, sin comprenderlos. Los muros fingieron indiferencia, el silencio calló aún más su voz. Con su sonrisa, el sol empezó a acariciar la mañana. El silencio se marchó a reposar bajo la sombra de un árbol, y las paredes de la casa, fastidiadas, se resignaron al abrazo de la luz; esa insoportable manifestación de amor que lastimaba su piel, agrietándola, solo incrementaba su ilimitado odio hacia la alegre bola de fuego que encendía el cielo.

Las horas se comían unas a otras, sin motivo, sin deseo, y la casa empezaba a cobrar vida conforme se apagaba el firmamento, reinado por el gris plateado de las nubes cargadas de enojo. El silencio regresó a acompañar a las paredes para susurrarles los nuevos secretos que había extraído de la descuidada naturaleza. Las nubes oscuras discutían, bramando truenos de ira. El silencio quedó mudo, aterrado, y los muros se estremecieron de tristeza y recuerdos. La nube herida, sangraba con fuerza. A su auxilio, acudió el colérico viento. Su llegada fue violenta y sorpresiva, arrasando la naturaleza a su paso, haciendo tambalear la delgada casa. Con su aliento estrellaba a las nubes unas con otras, destrozándolas en un llanto furibundo y ruidoso que agujereaba la tierra volviéndola frágil, quitándole voluntad. Las paredes comenzaron a revestirse de temor, el dolor de la tierra atentaba su integridad y, la posibilidad de caer, estremeció sus entrañas de concreto. La lluvia helada bañó su piel grisácea, blanqueándola, y lo agrietado y escamoso, producto de la acción del malvado sol, cayó al suelo; como lo hacen las hojas de los árboles en su época más triste. Sin esa enfermedad, que ocultó su piel por tantos años, la casa sintió que se despojaba de un peso que la había mantenido cautiva desde que era muy joven. Y en la alborotada alegría que le brindó ese nuevo renacer, olvidó el estado de la tierra, que inevitablemente se transformaba en un espeso lodo. Los brazos del viento no cesaban su violencia, apagando abruptamente la dicha de la casa.

Conversaciones y discusiones se distinguían entre los árboles, creando confusión al ser arrastradas por esas olas de aire invisible. Sus ramas se azotaban unas contra otras quedando desnudas, dispersando sus hojas que dibujaban un ballet nocturno de remolinos y sombras. Las fisuras comenzaron a crear diseños en las paredes de concreto, trazos que la tierra movediza se ocupaba en tallar con la profundidad y precisión de un escultor. El miedo a morir se hizo presente en su estructura y el olor a polvo de cemento empezó a invadir su bóveda de oxígeno. Las fuerzas descontroladas de la naturaleza, se vengaban de quien nunca había sido amable con ellas, eliminando todo aquello que no pertenecía a su especie.

Escondido en el agujero rugoso que hería el grueso tronco de un árbol, el silencio se mantenía como un atento espectador de cine, que observa un doloroso drama familiar. La inevitable caída de su amiga y confidente, los trozos de concreto esparcidos por el suelo, devorados por el lodo. Poco a poco las nubes se quedaban sin sangre, y gotas dispersas manchaban la tierra. Agotado, el viento desistió de su cólera; y los árboles, avergonzados de su desnudez, doblaron sus ramas buscando cubrirse. Paso a paso la feroz noche comenzó a entregarse al amanecer, alejándose con cada rayo del sol, que jubiloso, asomaba al despertar el día. La claridad reveló un paisaje de desolada destrucción, y un gran espacio inexistente hasta entonces, era ahora ocupado por hojas y lodo. No había ruidos, los elementos dormían exhaustos. Vagaba únicamente el silencio, esparciendo halos de tristeza, y al percibirlo, la alegría del sol se detuvo de pronto, cubierta por una redonda y curiosa nube, inocente de la tragedia que enlutaba aquellas tierras. Con su cálida mirada, el astro rey comprendió que la naturaleza jamás había aceptado la presencia de la amargada casa; esa construcción con la que intentó ser amable y regalarle su dicha, y de la que solo recibió desprecio.

Sola, como al principio de las eras, la naturaleza volvió a encontrarse y sumergirse en sí misma, sin extraños perturbando su apacible existencia, entregada a su invariable curso, de vivir y renacer, en el paso de un suspiro.


Escrito por:

Brenda-Arriagada-Díaz



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