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LINA


En una esquina, debajo de un paraguas algo ladeado por la lluvia, y el viento soplando del mar hacia los cerros, una tenue luz ilumina un callejón en el que se escuchan unos leves silbidos, con la intención de atraer hombres. Son las musas libidinosas de la noche, mujeres que ofrecen sexo por dinero a cualquiera que se les pase por delante y, qué mejor que un pescador ebrio hasta las patas; en otras palabras, dinero regalado.

A la salida de un bar, dos tipos con las botas llenas de aserrín, caminan por la angosta calle donde trabaja Lina: una mujer muy sensual, para algunos, un poco mayor como para ejercer el trabajo más antiguo de la historia; la prostitución. Para otros, la edad es solo un estúpido tabú. Lina atrae a uno de estos hombres, diciéndole que podría complacerlo hasta hacerle tocar el cielo. Él sigue de largo junto a su compañero, pero luego de unos minutos, regresa.

─¿Qué más podrías ofrecerme?

─¿Tienes esposa?

─¿Eso importa?

─¿La verdad? A mí no. Pero si la tuvieras, estoy segura de que podría hacer cosas que ella nunca te haría.

Se acerca lenta, sensual, hacia su oído y le susurra un par de cosas, con voz suave y excitante. Luego de cada palabra, el tipo se ruboriza, sus ojos suben a través de sus parpados, su libido va en aumento… Finalmente, Lina termina la frase introduciendo su suave y húmeda lengua en la oreja del sujeto, este toma de inmediato su mano y, como puede, entre tropiezos, se la lleva a un hotel barato.

Antes de consumar las fantasías que el hombre esperaba cumplir, Lina le comenta que se le antoja algo para beber. Él, lo único que desea es dejar explotar su libido dentro de ella, pero Lina, como una mujer de mucha experiencia le dice:

─Si quieres que te entregue todo de mí, concédeme lo que te pido, y cumpliré tus más grandes deseos…

El sujeto no se resiste ante la insinuación. Baja, lo más rápido que puede, por las escaleras del hotel y busca con ímpetu un lugar donde comprar licor, sin éxito. Después de caminar unas cuadras da, por fin, con una botillería. Ofrecían un ron de los más corrientes que podría consumir un pobretón. Pregunta por el precio y, aunque era una bazofia de bebida, costaba caro. No le importa, decidido a comprarlo busca dentro de sus bolsillos, pero no encontró nada. Buscó y rebuscó entre su chaqueta y pantalón… nada. No cuenta con ninguna moneda, mucho menos un billete. Se toma la cabeza, piensa por un momento que, seguramente, dejó su billetera en el velador del hotel. Emprende el rumbo de regreso.

Al entrar de nuevo en la habitación, no encuentra nada, tampoco a Lina. Aún en estado de ebriedad, esboza por un instante una sonrisa… Luego explota de rabia, golpeando la cama con sus puños, impotente ante lo ocurrido y furioso consigo mismo por su ingenuidad.

El alcohol corriendo por las venas, sumado a una voz sensual que promete un mundo lleno de placer y fantasías, es suficiente para poder sustraer a cualquiera una simple billetera. Una artimaña sencilla para esta mujer de vasta experiencia.

Escrito por:

Arturo-Sifuentes



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