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VERDE VALDÍO


Se cubren los periféricos peladeros de la llamada primavera:

los zapatos abandonados sin su par,

los neumáticos apilados,

un coche de guagua descuadrado,

cobijas sin su cuerpo, haciéndose polvo.

Hojas de un cuaderno deshojado

con listas de supermercado, copias y caligrafías.

Cartas inconclusas,

sumas y restas; ecuaciones para terminar el mes con el sueldo mínimo.

Cajas de vino, que guardan el halito de un ebrio,

botellas regadas de un marginal e inapropiado carrete.

Muñecas sin sus niñas,

bicicletas que se perdieron muchos paseos,

lápices sin tinta,

escombros de hogares derrumbados,

ropa revolcada,

tazas sin aro, platos sin fondo,

ollas saltadas, con hambre,

un perro inflado, habitado por gusanos,

una rata seca,

un calzón desvirgado,

un calcetín con ventilaciones.

Como confeti en una fiesta, el Confort coludido

regado por todas partes,

todo cubierto por la hierba, alta y vaporosa,

adornado con yuyos de floreciente amarillo esplendor.

Malezas bien hechas, presuntuosas, frágiles.

Los parques; el desierto florido de las casas básicas

que miran con sus balcones hechizos, de formas imposibles,

la vista radiante, el paisajismo natural, los jardines de Versalles:

la equidad que reverdece al baldío…

Escrito por:

Carla-León-Tapia



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