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EL ÚLTIMO AÑO NUEVO CON MI MADRE


En aquella habitación oscura, levemente alumbrada por la cansina luz de una lamparita, se distinguía tu pálido rostro. Me observabas atenta, cual niña que contempla a su madre antes de dormir. Descorrí con cuidado los pesados cortinajes, lo suficiente para escudriñar a través de los añosos árboles los fuegos artificiales que iluminaban la noche del caserón donde solo estábamos nosotras dos, y que hoy permanece solitario.


Año Nuevo. A lo lejos, el bullicio y la algarabía llegaban hasta mis oídos, pero a los tuyos no. El paso del tiempo te fue ensordeciendo, dejándote en un silencio total; por más que usaba mi imaginación, no lograba figurarme cómo sería eso para ti.


—¿Qué miras? —preguntaste, viéndome con asombrados ojitos de niña.


Solté las cortinas y avancé hasta tu cama; te tapé con una manta, como una madre que cubre a su hija antes de dormir.


“Solo la noche”, escribí en un cuadernito que estaba siempre en tu velador, y que usábamos para comunicarnos. ¿Cómo explicarte que era Año Nuevo, teniendo claro que te invadiría la nostalgia por ese pasado perdido? ¿Te inquietaría saberlo? Podría traerte recuerdos de los años en que aquella casa se encontraba llena con la presencia de todos tus hijos, de mi padre, y la alegría de la celebración.


Necesitaba que durmieras, era muy tarde para que estuvieras despierta y sabía que pronto comenzaría a sonar el teléfono con llamadas de saludos.


—Descansa, bebé —te dije con ternura. La impredecible vida había cambiado nuestros papeles, veías en mí una madre que te cuidaba y protegía. Las mismas manos que antes me acunaron, se aferraban a las mías como las de un infante que busca el amoroso calor materno antes de dormir. Mis labios permanecieron en tu frente, acaricié tu blanco pelo y dije—: ¡Buenas noches, descansa!


Tus ojitos mansos comenzaron a cerrarse, tu senil manito soltó la mía. Una sonrisa bella se instaló en tu rostro, la sonrisa de una pequeña que se duerme tranquila, sin miedo a nada.


Justo antes de que tus ojos se cerraran por completo y tu cuerpecito se relajara entre mis brazos, observé el brillo de tus pupilas. No es posible definir lo que transmite una mirada, los ojos hablan un idioma distinto al de los labios. Miré atenta tus pupilas y noté que lentamente ese brillo se apagaba, solo los días, con suerte los meses, dirían cuándo terminaría de hacerlo. Volví a besar tu frente, de mis labios salió un: “¡Feliz Año Nuevo!”; estabas dormida.


El teléfono sonó y salí de tu pieza, cuidando no despertarte. Antes de cerrar la puerta por completo, te observé por una pequeña rendija; dormías un profundo sueño. A continuación vendrían los saludos y la preocupación por estar sola esa noche, pero las fiestas no importaban, no aquel año. En mi corazón y mi alma, tenía la certeza de que sería el último Año Nuevo con mi madre.

Escrito por:

Eva Morgado Flores


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