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GUERRA


¡Guerra!, esa palabra nefasta dicha con voz fuerte por un hombre, lastima y desgarra lo sagrado y digno que tiene el ser humano. Nada más escucharla, pasan por la mente miles de imágenes, escenas y fotografías captadas en el centro mismo de los hechos, un escenario que revela detalles horrendos del sufrimiento humano. El hombre ha soportado esto desde tiempos remotos hasta hoy.


Recordemos lo que cuentan las historias, frescas aún, de la Primera y Segunda Guerra Mundial. La vivieron en su juventud hombres y mujeres que son mayores hoy, sus vidas están marcadas por huellas indelebles de destrucción, miedo, hambre y sufrimiento por la pérdida de sus seres queridos. Además, fueron castigados, exiliados y obligados a emigrar a una tierra que no les pertenece, países desconocidos donde siempre existirá discriminación hacia el extranjero; todos ellos son una muestra dolorosa de estos conflictos.


Los grandes políticos y estrategas, apoyados por el hombre común, acordaron que nunca más habría guerra, asombrados por la magnitud del desastre que produce, asustados ante el temor de ocasionar el fin del mundo.


El hombre desprecia la vida al ponerla por debajo de sus mezquinos intereses, el poderío atómico alcanzado por las armas acabará con la vida de todo ser, no importa si es animal o vegetal; por lo tanto, la guerra es inútil y tonta. El hombre avanza a pasos agigantados hacia un futuro fantástico, a punto de crear inteligencia artificial, muy cerca de viajar a otro planeta, pero al mismo tiempo es tan imperfecto que no logra zafarse de las primitivas conductas e incurre en ellas una y otra vez.


Hace más de dos mil años la Biblia nos advirtió que la codicia, la ambición y la injusticia nos destruirían. Sin embargo, el mundo de los negocios se ríe de estos preceptos, pasa por encima de otros, pues lo único importante es multiplicar el dinero.


Ingenuamente pensamos que el hombre debe obtener la ganancia justa para vivir y compartir lo demás, ser equitativo, pero eso es un pensamiento utópico, jamás se hará realidad. Ahí está el pozo de la desdicha, destruir al otro es destruirse a sí mismo.


¿Es acaso la guerra la solución para dominar las mentes a la fuerza? Llegar al poder es la ambición de todos los hombres, aún no se dan cuenta de que cada mala acción contra el prójimo los convierte en potenciales enemigos, la víctima rumiará una venganza, y un mundo lleno de enemigos no puede prosperar.


El peligro se cierne sobre la Tierra que amamos, esa que nos da resguardo y sustento, y tal realidad nos atemoriza.


¿De qué manera podemos evitarlo? Se ha tratado con marchas pacifistas, pactos de no agresión, leyes que prohíben las invasiones y tratados que nadie respeta. El odio nos corroe por dentro y, ante cualquier amenaza, nos alzamos como “patriotas” para defender pedazos de territorio o riquezas.


El hombre de hoy ha cambiado sustancialmente su pensamiento, influido por los medios de comunicación que debilitan su carácter, su hombría y lo hacen preocuparse de cosas irrelevantes. Quiere vivir el momento, tiene miedo de morir ante tantas amenazas y predicciones oscuras, sabe que en cualquier minuto alguien que ostenta el poder apretará un botón rojo y nuestro planeta estallará en pedazos.


El ciudadano común, ¿tendrá fuerza para detener esto?

Escrito por:

Helena-Herrera-Riquelme


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