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DÍA 4


El viejo caminaba solitario por el sendero de árboles azules y flores verdes, acompañado solo por sí mismo y una brisa que le susurraba recuerdos de los tiempos que añoraba. Aquellos en que se encontraba con ella, su amada Ellie.

El otoño se hacía notar en el ambiente, las temperaturas estaban descendiendo, prueba de esto era el abrigo que debió desempolvar para poder salir esa mañana a caminar y recorrer los parajes de lo que ahora era su mundo. Uno que se tornó repetitivo para él desde el primer momento en que puso un pie ahí. Un lugar que, a pesar de haberlo albergado tanto tiempo, a esas alturas le parecía del todo distante y desconocido.

La sonrisa en su rostro se había desvanecido hacía varios años, sin ser capaz de recordar cuándo fue el momento exacto en que sucedió. En su cabeza solo habitaban inverosímiles recuerdos de vidas pasadas que revoloteaban en su mente e inundaban su inconsciente con colores, sonidos y lugares que le despertaban una sensación de familiaridad y plenitud, pero que, a pesar de cualquier esfuerzo, no era capaz de recordar.

En ocasiones, lograba ver a Ellie frente a sí, pero la impresión que lo sobrecogía muchas veces le hizo imposible hilar las palabras necesarias para dejarla ir. En las noches, su mente se entretenía con él, llenándolo de gozo al verse rodeado de sus seres queridos, llenándolo de una sensación cálida de amor y tranquilidad. Un regocijo momentáneo que más de alguna vez se transformó en miedo, lágrimas y desolación al ver cómo esas personas a las que llamaba familia se desvanecían como arena entre los dedos.

En ocasiones, escuchaba su puerta sonar. Algunas veces dejaba entrar a las visitas inesperadas que se presentaban ante la entrada de su morada, y en otras, los echaba a patadas, sin mirar, temiendo por su vida y las consecuencias de sus actos, que lo perseguían constantemente frente a sus ojos.

La vida rutinaria en el encierro lo volvió más viejo aún de lo que aparentaba, sus arrugas se habían incrustado con más fuerza en su frente, alrededor de sus labios y en sus manos. El peso de la conciencia lo hizo encorvarse gradualmente y el sufrimiento interno se reflejaba en las interminables canas que su pelo presentaba ante el mundo día a día.

Una mañana de abril, fue llamado por su nombre. Era el momento… Caminó sin titubear. Silencioso por el patio, cruzó por los árboles que nostálgicamente lo acompañaron en el último tramo de su vida. Siempre escoltado por el viento y los difusos recuerdos de lo que pensaba fue su vida o, al menos, una de ellas. Cuando por fin se sentó, pudo respirar. Miró a su alrededor, contó hasta tres y con un último suspiro juntó valentía y entonó las últimas palabras que su boca articularía antes de entregar su alma al infinito: Perdóname, Ellie…

Escrito por:

Emmanuel-S.-Funes

Del libro Un día en la vida (2021)

Publicado por Aguja Literaria

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