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PARAÍSO


Habían escapado de la ciudad, dejaron atrás sus obligaciones y compromisos, y se dispusieron a vivir el increíble reencuentro luego de largos años sin verse. Todo pareció conjugarse para darles la oportunidad de estar juntos otra vez.

Era un gris atardecer en la playa desierta. No estaban aislados, simplemente aquella tarde nadie bajó a orillas del mar por el intenso frío.

Los dos amantes caminaban serenos, miraban el horizonte limitado por el brillo del agua. Parecía que solo existían ellos, avanzaban dirigiéndose miradas cargadas de ternura y mucho más. Imaginaron que el mundo les pertenecía, era un paraíso libre de cadenas. La idea de una serpiente ofreciendo manzanas no se traducía en tentaciones para ellos. Sin necesidad de expresarlo con palabras, sabían que ninguno de los dos deseaba discutir sobre el bien o el mal, hablar de pecados o prejuicios, solo querían dar rienda suelta a ese instinto sagrado con que originalmente fueron creados. Besos y caricias explotaron con pasión, eran animales por largo tiempo enjaulados y privados de su instinto. Cayeron de golpe sobre la arena, pero no dolió, sus cuerpos se elevaron con alas cargadas de deseos desenfrenados. Se enzarzaron en una batalla descarnada por arrancarse la ropa, una lucha cruenta traducida en la victoria de despojar al otro y dejarlo desnudo.

Los besos se asemejaban a enormes mordiscos, enterraban sus fauces en la boca del otro y recorrían el cuerpo en medio de jadeos y gemidos de placer. La arena se convirtió en un impedimento para la anhelada unión, pero no necesitaron decirlo, el lenguaje animal remplazó el habla. Corrieron al mar desnudos, se enredaron entre las olas que explotaron como si participaran del juego. El agua los balanceaba y recibía la resistencia de aquellos seres divinos, animales celestiales y terrenos. ¡Vaya espectáculo, en medio de la nada y formando parte del todo, aquella tarde se conjugaron los elementos necesarios para permitir el placer hecho hombre y mujer!

Duró lo que dura una vida en libertad, un mágico instante que parece eterno en el vertiginoso movimiento del universo; sin embargo, dejó sensación a poco, anhelaban seguir disfrutando por siempre. El placer se prolongó hasta que las fuerzas de sus jóvenes cuerpos se agotaron. Mecidos por las olas, eran dos hermosos muñecos de trapo a merced del mar. Se sintieron poderosos, la fuerza de aquel oleaje los arrastraba peligrosamente, deseándolos y, a la vez, necesitando que sobrevivieran para que entregaran a la naturaleza el espectáculo de la vida impregnada en ellos. El mundo les pertenecía.

Se incorporaron ayudándose uno al otro, agotados, vencidos y victoriosos. No tuvieron fuerzas para vestirse, solo tomaron lo necesario para cubrir sus partes íntimas por si alguien los veía en su camino de regreso. Avanzaron con dificultad en medio de juveniles risas, como soldados enemigos y aliados que regresan heridos por la guerra, porque esa fue una gran batalla.

Una vez en aquella casa con ventanas que miraban al mar, se ducharon y con besos y caricias intentaron continuar su rito amatorio, pero el cansancio los venció. No querían dormir, al otro día tendrían que emprender el viaje de regreso a la ciudad y a sus vidas rutinarias, pero se durmieron abrazados como si fueran uno, ¡un ser divino!

Experimentaron la unión desinhibida de sus cuerpos, durante un instante vencieron los prejuicios y la rutina que encadenaba sus vidas, el miedo a los juicios sociales. Encontraron la sagrada razón de sus sexos, liberaron sus cuerpos y algo en ellos cambió radicalmente.

El día era frío, una bruma impedía el paso del sol, pero en sus recuerdos fue el más caluroso verano que pudieron disfrutar. La vida les regaló el paraíso durante un día.


Escrito por:

Eva Morgado

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