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LUCES EN LA CIUDAD


Recién comenzaba a notarse el descenso del calor. El sol se había puesto un par de horas antes, sin embargo, el aire capitalino aún se mantenía tibio.

Después de haber pasado la tarde perdiendo el tiempo entre las diversas tiendas y vitrinas de uno de los tantos malls de la ciudad para acortar mi solitario domingo, sentí la imperiosa necesidad de dejar aquel espacio ruidoso y volver a mi casa para encerrarme en mi propio hastío, en el tedio del silencio solitario en lugar de participar del tedio comercial colectivo.

Antes de emprender mi ruta de regreso, cuando ya la mayoría de los locales estaba por cerrar, decidí salir al estacionamiento del segundo piso para fumar un cigarrillo y ver desde allí las incontables luces de la ciudad. Pensé en el horario de cierre del metro y en el tiempo que me quedaba para continuar observando el paisaje nocturno. Tenía esa extraña sensación de querer regresar, pero estaba disfrutando de aquellos minutos, inmersa en mí misma en un entorno tan ajeno, como si tuviera que volver a alguna parte, pero aún sin decidir dónde; nada interesante me esperaba en casa,de todos modos…

Tenía cerca de cuarenta y cinco minutos para quedarme ahí y alcanzar a tomar el último tren. Saqué mi encendedor y prendí el cigarrillo que había dejado entre mis labios; al encenderlo y aspirar hondamente el humo, sentí la cabeza algo pesada, la incliné hacia atrás con los ojos cerrados y dejé el aire salir de a poco. Ese leve estado de aturdimiento siempre me producía una sensación placentera, como el primer sorbo de un café. Me tomé mi tiempo para fumar mientras pensaba en lo que debía hacer al día siguiente, en lo que había dejado pendiente… en un sinfín de asuntos que realmente no me interesaban para nada. Cuando se consumió por completo, lancé la colilla al piso de cemento y la apagué poniéndole un pie encima; “luego la recogeré” pensé, sabiendo que era probable que lo olvidara.

Casi no quedaban vehículos en el lugar, y el silencio llegaba por fin a la cumbre del atestado Santiago. Sentí algunos pasos a mi alrededor, los últimos autos emprendían su marcha y el lugar estaba quedando vacío; quizás era tiempo de que también bajara.

-¿Tienes fuego?

Una voz femenina interrumpió mi estado de enajenamiento, me di la vuelta y busqué el encendedor que había guardado en el bolsillo de mi pantalón, se lo acerqué y esperé a que lo desocupara.


-Gracias.

-No te preocupes.

Me volví a voltear y dejé el encendedor sobre la superficie de la muralla, que me llegaba hasta el busto, y apoyé mis brazos en ella. Supuse que la desconocida iba a marcharse pronto, sin embargo, imitó mi postura y dirigió sus ojos hacia las luces también.

-¿No te da miedo estar aquí sola? -me preguntó.


-No, es un lugar público, seguramente hay cámaras -respondí sin mirarla.

-Las cámaras no captan las conversaciones, perfectamente podría abordarte un pervertido y obligarte a acompañarlo a algún otro lugar.

La miré, y noté que sonreía. Dejó salir una bocanada de humo y me miró también. Sonreí. No me considero una persona con muchas habilidades sociales, y la mayoría de las veces, el contacto con las personas me desagrada, no obstante, su presencia me era grata. Tenía el pelo medianamente largo, caía liso por sobre sus hombros y un poco más abajo. Su camiseta clara se acompañaba de unos jeans azules. Su juventud se evidenciaba en los labios limpios de maquillaje y sus ojos claros.

-No, no temo que un pervertido me aborde. Creo que para eso, antes debería intentar iniciar una conversación conmigo, y no daría espacio para ello.

-Estás conversando conmigo…

Volvió a sonreír mientras se llevaba el cigarrillo a la boca y volvía a enfocar las luces. Una brisa tibia me desordenó el cabello, llevando unas cuantas hebras oscuras hacia mis ojos. Me di la vuelta para evitar el contacto con el aire directo sobre la cara y aparté algunos mechones rebeldes. La muchacha apagó lo que le quedaba del cigarrillo y se ubicó frente a mí.

-Déjame ayudarte.

Puso gentilmente el cabello, que yo no pude arreglar, detrás de mi oreja, y un escalofrío me recorrió por completo, no supe si fue por el aire o por el contacto tibio de sus dedos; ahora pienso que fue un poco de ambos, pero más lo segundo.

-Gracias, es tarde… creo que voy a irme.

-Puedes agradecerme con tu compañía, unos minutos... respondió.

La mano que aún tenía tras mi oreja se deslizó hábilmente por mi cuello, dio un paso hacia adelante y quedó muy cerca de mí, tanto que podía sentir su aliento rozarme la piel. Me recorrió una sensación extraña y comencé a temblar, mi corazón empezó a acelerar su ritmo, y aunque sentí el impulso de apartarme y salir corriendo, me quedé quieta. Su cercanía invasiva no me molestaba en lo absoluto, es más, me parecía agradable. Rodeó mi cintura con el brazo que tenía libre y me atrajo hacia sí en un movimiento rápido y firme. Su nariz casi rozaba la mía, sus labios se acercaron a mi cuello y comenzó a recorrerlo, apenas tocándolo. Noté que mi respiración se oía algo más fuerte, más intensa; intenté dar un paso atrás, pero la muralla me impedía alejarme y solo le facilité el punto de apoyo. Sin saber qué era lo que hacía, me afirmé de sus caderas y la sentí apegar su cuerpo al mío. De pronto, todo lo que tenía en la cabeza se reducía a un lienzo negro lleno de puntos brillantes. Eché la cabeza hacia atrás y sentí su aliento en mi garganta, bajando hasta mi pecho, cerca del escote. Mi corazón latía entre furioso y asustado, presa de una pasión hasta ese momento desconocida.

-Es tarde… -susurré.

-Te dejaré tranquila si lo pides…

Guardé silencio.Sus labios subieron nuevamente hasta mi cuello, pasaron por mi mentón y abrí la boca como para decir algo, pero no dije nada y su boca se apropió de mi aliento en un beso suave, al que respondí sin pensar en nada, como si lo hubiese estado esperando desde siempre. Una de mis manos se aventuró a tocar su abdomen bajo su ropa y luego recorrí su espalda con la punta de los dedos. Era curioso que,, mi panorama tan pensado y cuidadosamente elaborado por horas, hubiera cambiado de un momento a otro. Dejé que sus manos se deslizaran por mi cuerpo, que sus labios me quitaran el aliento y el calor de su piel entibiara la mía. El tiempo se detuvo por unos momentos y el horario del metro ya no me importó.

La luz de un vehículo hizo que despertara de mi abstracción y la aparté de mí con rapidez. Ella dio un paso atrás y se acomodó el cabello. Se apoyó de espaldas hacia el paisaje y permanecimos así hasta que el auto desapareció. La miré asustada, y pareció causarle gracia mi expresión. Arreglé también mi pelo y mi ropa, y mientras lo hacía, ella tomó mi encendedor-completamente olvidado por mí- y anotó algo sobre él con un marcador. Volvió a dejarlo donde estaba, besó mi mejilla, me guiñó un ojo y se marchó. Temblorosa, miré lo que había escrito, pensando que obviamente se trataría de un número telefónico, pero me equivoqué. Había dejado puesta la hora en que llegó allí, pero con la fecha del domingo siguiente…

Escrito por:

Claudia-Bovary

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